Robustiana Peláez se quedó preñada un domingo de febrero durante las fiestas de la Candelaria. Bajo promesas de flores de almendro y nidos de gorrión, se dejó llevar al río por un saltimbanqui de feria que regentaba un puesto de almendras garrapiñadas. El joven decía llamarse Camaleón Bonaparte. De este encuentro lorquiano nació Juanito, una criatura con el ojo derecho a la virulé y menos luces que un barco pirata. El niño heredó también el semblante paternal de reptil azucarado. En la mismísima pila bautismal, Robustiana le hizo a su hijo esta promesa: SIEMPRE JUNTOS, HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE.
4 Comments
Querida Rosa: Bello y hermoso mini relato, con un final profundo y amoroso. Ya lo dice la sabia voz popular.-«Como el amor de madre, no hay nada». Nos demuestras ,como siempre con tu inconfundible estilo, cargado de inteligente humo, lo que se puede hacer con100 palabras. Feliz día de la madre, amiga.
PD. La foto genial, la mamá no deja a su nene ni de broma.
Pánico me da la Robustiana, querido Antonio. Qué alegría que los pajarillos vuelen del nido. La maternidad puede llegar a ser muy, pero que muy cansina.
Una foto y cinco escasos renglones. No se puede decir más con tan poco. La difícil relación madre-hijo (lorquiana a todas luces) no se podría haber desarrollado de otra manera después de la traumática relación entre la Robustiana y el Camaleón. Ya lo dijo el maestro Gracián, «lo bueno, si breve, dos veces bueno. Rosa, enhorabuena por tu habilidad. Nunca dejes de hacerlo. Ah!!! FELIZ DÍA DE LA MADRE!!!
Una vida en cinco renglones. Sí, estas relaciones tóxicas madre-hijos qué daño hacen a las nueras. Una madre, igual que sabe llegar, tiene que saber irse. Gracias amigo. Un abrazo.