Hay amores que ladran
Nuestra convivencia familiar con los perros daría para una novela berlanguiana. Bajo nuestro cuidado hemos tenido multitud de chuchos de las más diversas formas contractuales: adoptado, acogido, prestado, prohijado, amparado, compartido… Hasta en una ocasión nos ofrecimos a trasladar en avión al perro del amigo de un amigo. El muy canijo tenía los mismos ojos saltones de ET y el vivo nervio de Jackie Chan. No quiero referir lo que ocurrió en ese viaje, solo diré que se organizó un motín a bordo para que nos echaran del avión.