Literatura

Mariquilla terremoto

1 enero, 2018

Estas historias personales que voy a relatar pudieran parecer los Cuentos de Calleja en versión Mariquilla Terremoto. Cada una por separado tiene un fondo de credibilidad, pero en conjunto son un despropósito. Sorprendentemente son ciertas y, a raíz de los acontecimientos ocurridos el pasado mes de septiembre con el terremoto de México, han brotado de la pluma como si hubiera saltado por fin el detonador para contarlas. Quizás vean en ellas un exceso de protagonismo, pero no me quedaba más remedio que compartirlas para aligerar el peso de mi desasosiego.

Todo comenzó en el verano de 1995, cuando recibí la invitación de boda de unos amigos malagueños. Medio país vivía entonces una sequía tremenda, arrastrada de años atrás, y en Andalucía el polvo salía por los grifos resecos corroborando así que el Sáhara ya no acaba en el Estrecho. Les confirmé mi asistencia al casamiento con una carta manuscrita, anunciándoles que les llevaría un botijo andalusí como regalo, para que tuvieran asegurada el agua fresquita en ese pequeño oasis de amor recién estrenado. Nada presagiaba un cambio en el ambiente y el otoño se metió con los intensos calores veraniegos, como el de ahora, y más seco que un lagarto de museo. Llegué a la ceremonia a finales de octubre casi remando en una barquichuela, con los tacones en una mano y el moño del peinado más descompuesto que la sandalia de un misionero. Comenzaba así el periodo más lluvioso en la región de la segunda mitad del siglo XX. El precioso botijo iba envuelto en una caja acartonada de lunares que se empapó hasta el pitorrillo, dejando una estela de agua coloreada por las baldosas de la iglesia. Aquello fue una ceremonia por verdiales al ritmo del golpeteo de la lluvia.

En los inicios de 2010, ejerciendo en Mallorca, me apunto a un interesante curso de periodismo científico, y me presto a hacer de conejillo de indias en una entrevista radiofónica simulada. Mis compañeros eligen el tema de la sismicidad en las Baleares y, muy redicha, una servidora les suelta toda una charla sobre la insignificancia de los terremotos en las islas y la baja sismicidad del contexto geológico del Mediterráneo occidental. Pocas horas después, al estrenar la mañana, Palma se levanta atemorizada por un terremoto con epicentro en la Bahía, y el 112 se colapsa de llamadas. No voy a relatar el cachondeo recalcitrante de mis compañeros de curso, solo decir que bailé una soleá con palmas y acompañamiento.

A finales del verano de 2011 me invitan a dar una charlilla sobre los peligros naturales en España, en el marco de un ciclo de conferencias de divulgación científica para todos los públicos. Cuando doy el repaso a las Canarias suelto la gracieta de que ya toca una erupción volcánica. Dicho y hecho: ese mismo verano se inicia un enjambre sísmico en la isla de El Hierro que anuncia un baile magmático por bulerías, para dar paso al nacimiento de un pequeño volcán submarino frente a las costas meridionales de la isla.

Nueva charla en febrero de 2015, esta vez dirigida a los estudiantes de un instituto de secundaria. El profesor es un apasionado de la geología y me propone como tema «la sismicidad de la Península Ibérica». Levanta un alumno la mano y me pregunta por la región española más tranquila para vivir sin el peligro de los terremotos. Podía haber contestado León, La Rioja, Palencia, Villalar de los Comuneros, Cabezón de la Sal……Pero no, dije literalmente «Albacete«. Tres días más tarde unos extraños terremotos de magnitud importante (5,2) sacuden Ossa de Montiel, en la mismísima provincia de Albacete. Por culpa de esos malditos terremotos (que nadie esperaba) se ha tenido que modificar el mapa de peligrosidad sísmica de España. El profesor, por compasión, no me ha vuelto a invitar nunca más. La experiencia fue como un cante por peteneras, con ese resquemor de angustia y melancolía.

7 de septiembre de 2017. Primer terremoto en México: magnitud 8,2 y epicentro en la región de Chiapas. Me llama muy asustada una querida amiga que tiene que viajar próximamente a México. Es actriz y periodista, y se marcha a representar una obra de teatro en el mismo corazón de la Ciudad de México. Me pregunta si puede haber réplicas, como si yo fuera Rappel con una bola de cristal. Para ella la geología es una ciencia exacta, y yo una persona de su confianza. Siempre acabo tomándole el pelo por su ingenuidad, así que mi respuesta fue: «tranquila, solo te va a tocar una réplica de magnitud 7″. Me equivoqué en un decimal, por eso de redondear. La Mari y su equipo estaban montando el escenario en un viejo convento del siglo XVI cuando empezó a desmoronarse el mundo a su alrededor. Mientras yo veía las tristes y trágicas imágenes en la televisión, mi amiga me contacta en estado de shock desde un panorama en ruinas. Como la conozco, le aconsejo que regrese en cuanto abran el aeropuerto. Ni puñetero caso. Decide salir de la «zona cero» y se desplaza hacia el sur del país, a una región que no había visto llover desde los tiempos de Hernán Cortés. Allí revive una réplica de 6 y queda asediada por las lluvias torrenciales de los efluvios tropicales que dejaron los últimos coletazos del huracán María. Con el agua al cuello, aún tuvo el ánimo suficiente para enviarme una foto del volcán Popocatépetl en erupción. Su mensaje al poner los pies en Barajas fue: «no me muevo del patio de mi casa nevermore«. Ahora anda la pobre replanteándose su carrera de comediante errante; lo suyo ha sido un periplo melodramático a ritmo de rumba catalana.

No creo que lo mío sea falta de ciencia, sino de tener una bocaza más grande que un buzón de correos. Yo le echo la culpa a esa rígida educación que no me ha permitido plantear serias dudas a los grandes e inamovibles dogmas de la Ciencia. Cualquier geólogo se curte desde el primer curso con el Principio del Actualismo o Uniformismo, que más o menos viene a decir: El presente es la clave del pasado y viceversa. A estas alturas de la profesión me sacudo los principios. La Tierra improvisa como una bailaora y va cambiando el compás a su antojo. Cuando decide entregarse al taconeo, la lía parda.

Como no podía ser menos, hoy nos vamos por alegrías, mi palo favorito.

De qué sirve la experiencia

de qué nos sirve el saber

si luego toíto se olvía

apenas llega el querer

Tiriti tran tran tran

 

© Fotografía: Pastora Galván, al baile

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3 Comments

  • Reply Joaquín del Val 25 octubre, 2018 at 9:04 am

    Hola, Rosa. El problema es que nos educaron (en las facultades de Geología de esos tiempos) en el gradualismo a ultranza, y creo que lo suyo es el «gradualismo interruptus» o el «catastrofismo incierto». Casualmente, he leído un artículo que ha aparecido en este mes de octubre en la revista «Investigación y Ciencia» al respecto (si puedes, míralo, está muy bien). En cualquier caso, me he reído con tus cuitas y desaciertos, que además ilustran muy bien sobre estos temas. Gracias por la entrada y saludos.

  • Reply Rosa 26 octubre, 2018 at 9:03 am

    Gracias Joaquín. Me gusta lo del «Gradualismo interruptus», más cercano a la realidad. Busco el artículo que indicas y sí, tenemos que sacudirnos aún muchos dogmas de fe que nos inculcaron.
    Un fuerte abrazo.

  • Reply Antonio Rafael Parrilla Muñoz 29 octubre, 2018 at 7:44 pm

    Ya sabia yo que, la gitanilla bailaora daría para muchos mas palos flamencos y al igual que tu mi querida Rosa, das para mucho mas cada vez que nos deleitas con una de tus entradas. En esta ocasión nos has tocado casi todos los palos y yo sin animo de enseñar nada (sabes de mi vena flamenca), quiero aportar uno más que, seguramente no nos has comentao por ser tu pos de hoy en tono de humor, así que cito el baile por Farrucas que , como bien conoces se acompaña de un bastón que emplea la maestra bailaora (faraona del clan o profesora de baile) para acompañar y marcar ,mediante su percusión en el tablao o tarima de madera, el camino y giro que debe tomar la pieza interpretada. Espero y deseo que la tierra (nuestro planeta) no le dé por las farrucas y deje a los humanos (locos ) continuar bailando al ritmo que cada cual decida. Y como me ha gustado tu final por alegrías (tirititran trantran) , te pongo también una letrilla por farrucas.- «Una farruca en Galicia , lloraba amargamente… amargamente lloraba, se le había muerto el farruco que la gaita le tocaba…., abajo la oliva arriba el limón, limón limonero de mi vía , limonero mío de mi corazón. «. Me ha encantado tu entrada. Un abrazo, amiga.

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