De repente comprendí todo al bajar a la ciudad subterránea de Perugia. Vi la huella de los carros romanos sobre la calzada de piedra; dos líneas hundidas y separadas con la medida uniforme de aquéllas ruedas ribeteadas de metal, como un TALGO de la antigüedad. Me he dado cuenta que estos meses en Italia han sido una zambullida a mis raíces y que he tenido bien a la vista esas marcas culturales que definen lo que soy. Como una onda sísmica que se amortigua a medida que uno se aleja del foco, Italia es el epicentro de lo que somos y de lo que fuimos.
Aún perdura en nosotros el profundo surco de aquéllas culturas que se gestaron al abrigo del Mediterráneo. No sólo compartimos con los italianos una lengua y gastronomía afines, sino que tenemos también una enorme similitud en la forma de pensar, de relacionarnos y de organizar la sociedad. Pero aún voy más allá, hay pequeños detalles en común que no salen en los libros de texto, como esa armonía en la estética que nos impide combinar ciertos colores, llevar la camisa por fuera del pantalón y calzarnos unas sandalias con calcetines; o la capacidad de improvisar una comida con cuatro cosas para un puñado de repentinos visitantes. Somos también dos pueblos que nos gusta vivir en un ambiente de catástrofe inminente, asumiendo que la felicidad es un estado pasajero. Por ello celebramos cualquier cosa, por si acaso mañana ya no se puede. En mi centro de trabajo italiano no hay semana que no tengamos un par de saraos: cumpleaños, santorales, promociones laborales, nacimientos de hijos, que me voy, que vengo…. Por fortuna me traje una retahíla de regalillos artesanales y ya no queda nadie en el centro sin la maldita cuchara nazarí.
Como contrapunto a tanto divertimento está la mala leche gratuita, cuyo epicentro debe andar también por estas coordenadas. Aunque la gran mayoría de los italianos son abiertos, acogedores y amigables, se preservan unos especímenes con la más mala sombra que he visto en mi vida; calamares al acecho de soltar la tinta tóxica donde menos se la espera, con esa mezquina capacidad de hacer daño porque sí. Suelen estar de cara al público y los conductores de autobús se llevan la palma. Si los «autistas» peruginos van a un concurso de bordes y antipáticos, les echan por profesionales. En pocos lugares he estado antes donde se maltrate con tanto talento al turista; la mala follá granadina no les llega a éstos ni a la suela de los zapatos.
Indudablemente, lo positivo supera aquí con creces a lo negativo. Hay una serie de cosas que me gustan mucho de Italia. La primera es la red de ferrocarriles, que te permite llegar a cualquier lugar por pequeño que sea a un precio económico. Uno entra al vagón y se sienta donde puede. A los cinco minutos ha pegado la hebra con el vecino, que se anima a preguntarte sobre cualquier detalle de tu vida sin cortarse un pelo. Los italianos no parecen cotillas, lo son. Me han llegado a preguntar hasta el grosor de los colchones de la casa que he alquilado. Eso sí, tienen la enorme delicadeza de no quitarse los zapatos en el tren. Para atufar a los viajeros y hacer alarde de los tomates en los calcetines ya están los bárbaros del norte.
Otro aspecto adorable de la bella Italia son los nombres de las calles, que en su mayoría homenajean a pintores, escritores, escultores e inventores, y no a tanto héroe de guerra de las narices. En todas las ciudades he encontrado una plaza dedicada a María Montessori, una mujer trascendental en la historia de la pedagogía. Es mucho mejor defender la patria con la cultura y el ingenio que a golpe de cañón. Puede ser que tanta alegoría artística se deba en parte al fracaso de los italianos en sus intentos de colonización y al hecho de haber perdido todas las guerras recientes. Son unos pésimos soldados; ¡benditos sean!
Ahora bien, de todo lo visto por estas longitudes lo que más me ha impresionado ha sido El David de Miguel Ángel. Le he dado más vueltas que un burro en una noria para confirmar que es la criatura más perfecta que jamás haya tenido delante, a pesar de tener las manos muy grandes, la pirula muy pequeña y la mirada muy triste. Frente a tal genialidad, te sale de las entrañas gritarle un piropo: —¡Pero qué bonico eres, jodío!
De Italia me llevaré el regalo más valioso: la amistad de dos grandísimas mujeres. Al cabo de los días hemos ido relegando a un segundo lugar la lengua de los gestos porque estamos ya en ese punto de entendernos con la mirada. En el trabajo la hemos liado parda. El otro día nos entró un ataque de risa a causa de una de mis tradicionales meteduras de pata. El baño de las señoras estaba ocupado y me metí en el aseo de los minusválidos. Cuando un español encuentra una cadena cerca del wáter tira de ella ¿o no? Tiré, y muy fuerte. No solo me quedé con todo el mecanismo en la mano, sino que se disparó una alarma descomunal que hizo salir a todo el mundo de los despachos. Cuando abrí la puerta del baño, estaba congregada allí la plana mayor del centro, con el director en la primera fila. Comprendí el significado italiano de la palabra «imbarazzata».
Mientras termino de escribir esta crónica, esperamos en casa al cura del barrio con su comitiva. Resulta que durante la Pascua hacen un recorrido, casa por casa, para bendecir a todos los vecinos. Nos dejaron un papelillo en el portal indicando el día que vendrían, como hace la compañía de la luz. Mis amigas me han avisado que debemos dejar al sacerdote hacer su trabajo y contribuir a la causa con una buena limosna en el cepillo. Digo yo que un poco de agua bendita no le viene mal a nadie. Ya tengo a la familia aleccionada y aquí estamos requetepeinados dispuestos a recibir a la máxima autoridad del barrio.
En fin, ahora que la comida basura, la amistad virtual y la realidad digital nos invaden como los bárbaros de la estulticia, toca aferrarse a este azul Mediterráneo. De Damasco a Gibraltar y de Venecia a Trípoli tenemos la muesca cultural de un sol brillante que baña nuestras riberas. No nos hace ser mejores, pero sí más felices.
© Detalle de El David de Miguel Ángel. Galería de la Academia de Florencia.
14 Comments
Querida Rosa: Eres una escritora deliciosa; donde ponnes el ojo, pones tu certera palabra. Fina, transparente, elegantes tus expresiones, un sentido del humor que muchos quisiéramos tener y una gracia que Dios y la madre que te parió, pusieron en tu persona. Bienvenida, se te echaba de menos.
Gracias por esos piropos tan «salaos». Tengo un humor un tanto hirónico y, como dice una amiga mía, un gen que me permite no preocuparme demasiado por las cosas y dejar que fluya la vida. También soy muy curiosa (como los italianos) y analizo las cosas a mi manera, la mayoría de las veces de forma equivocada. Un abrazo amigo.
Me ha parecido , una vez más, un gran relato. Sobre la idiosincrasia de los italianos y de los españoles, es probable que nuestra diversidad tenga mucho que ver con el carácter «heterocigótico» de nuestro acervo genético, producto de las mezclas raciales y culturales, parecido a las camadas de perros y gatos callejeros, diversos en aspecto, inteligencia y carácter. Quizás esa sea nuestra grandeza si nos comparamos con los «bárbaros del norte», tan «homocigóticos» ellos. En fin, gracias por el relato.
Bien cierto Pedro. El cruce y la variedad genética es maravillosa. Por el Mediterráneo ha pasado todo el mundo, y cada pueblo han dejado una muesca en el ADN. La raza «Mil-leches» siempre es la que mejor se adapta y desarrolla más habilidades. No hay nada más aburrido que un puro dálmata estirado y presuntuoso. No saben ni ladrar. Un abrazo.
Por alusiones y comparaciones, siempre tan odiosas. De sobras es conocida la fama de los italianos dentro de, llamémoslo así, los patrones clásicos de la belleza. Y aunque “somos una pareja sana fuera de los marcos cognitivos del hetero patriarcado” ya me temía yo que mi mujer, perdón, “el ser humano que se siente mujer llamado Rosa” que en su día libremente decidió compartir experiencias vitales con este pobre diablo que les escribe; pues eso, que era inevitable que en su deambular por tierras italianas, o como lo define ella, el epicentro de lo que somos y de lo que fuimos, terminara fijándose bien y notando las más que evidentes diferencias. Pero hete aquí mi sorpresa cuando descubro que mi rival no es un simple y mortal ragazzo sino el más inmortal de los cánones de la belleza clásica: El David de Miguel Ángel. ¡Difícil me lo ponéis!
Pero leyendo cómo percibe ella las cualidades del marmóreo efebo: “de manos muy grandes, la pirula muy pequeña y la mirada muy triste”, me quedo más tranquilo porque aparte de alguna más que notable diferencia, dejo a su libre albedrío imaginarse cuál de ellas pudiera ser, el muchachito salió clavadito a este en el que ustedes están pensando. Ya solo falta que cuando regrese de sus aventuras peruginas, al verme también me diga: ¡Pero qué bonico eres, jodío!
Besitos, yo también te quiero y pienso mucho en ti…
Te vas a enterar tú del matriarcado que te espera a nuestra vuelta. Entonces sí que vas a querer convertirte en una estatua de mármol. Vuelvo con el ragazzo y las ragazzes renovados y con más fuerza. Disfruta de la tranquilidad que te queda. Por cierto, tu rival siempre has sido tú mismo.
! Que bien escribes Rosa¡ Leo y releo tus relatos que son deliciosos, despues los imprimo y le doy una copia a tu padre. Un fuerte abrazo y !FELIZ REGRESO¡
¡Qué mensaje tan inesperado! Me ha hecho muy feliz. Gracias, gracias Mercedes. Mi padre, ya sabes, tiene fobia al ordenador y a todo lo que huele a «modernidad». Me alegro que hagas de enlace. Un fuerte abrazo desde Italia.
Quién no entiende una mirada jamás entenderá una larga explicación. Por eso intentaré ser breve. David era una héroe de guerra. A golpes defendió a su pueblo y por la fuerza de las armas construyó un reino. Pero eso no le impidió escribir el Libro de los Salmos. Porque la fuerza y la belleza, la contundencia y la inteligencia, las letras y las armas no tienen por qué estar reñidas. Esta unión se ha visto plasmada en nuestra historia en numerosas ocasiones. Un ilustre poeta español se refirió de la siguiente manera a otro que compartía la doble condición de poeta y soldado:
«Si Garcilaso volviera,
yo sería su escudero;
que buen caballero era.
Mi traje de marinero
se trocaría en guerrera
ante el brillar de su acero;
que buen caballero era.
¡Qué dulce oírle, guerrero,
al borde de su estribera,
en la mano mi sombrero;
que buen caballero era.»
Alberti y Garcilaso eran admiradores de Italia, de sus gentes y de su rico patrimonio cultural. Como ellos hicieron, que la contemplación de las bellezas de nuestro país vecino no nos impida apreciar a tantas personas del ámbito militar que han dejado un legado memorable.
Recibe mi enhorabuena por tu blog y un afectuoso saludo
Muy bien traído Garcilaso. En ningún caso pretendía ofender a nadie del mundo militar. Quizás como las mujeres hemos estado siglos, siglos y siglos vetadas en el ejército, carezco completamente de cultura militar. En mi caso, además de ser una completa ignorante del tema, tengo una pésima puntería. En cualquier caso, me veo más de escudera de Sancho Panza o de sujeta-pinceles de Rafaello. Gracias.
Estimada bloguera, lástima que su periplo italiano esté llegando a su fin pues ello nos privará del goce de disfrutar de sus muy singulares aventuras y avatares. En sus Crónicas Peruginas traza usted, con su habitual humor y carácter folletinesco, un reflejo de los ambientes y de la galería de personajes italianos, más en particular de los peruginos, con los que usted se ha desenvuelto estos últimos meses. Por otra parte tan reconocibles en nuestro cada vez más revuelto y casposo ruedo ibérico.
Sorprendente, por anacrónica, la anécdota del cura visitador bendiciendo a los feligreses del barrio en sus propios domicilios. Me hubiera gustado ser testigo de la cara de asombro o, si se me permite la redundancia, agnóstico agnosticismo de sus “ragazzi” ante la santificadora visita de tan beatífico personaje y su cohorte de angelicales monaguillos.
Es curioso que titule esta entrada como “La mirada de El David” cuando queda más que evidente que la que más ha mirado “e ha osservato senza ritegno in tutta questa storia” ha sido usted misma. Deduzco que se aplicó un carpe diem y decidió disfrutar usted de lo lindo. A las pruebas me remito en su pormenorizada y sugerente descripción, sin omitir detalle, del personaje en cuestión. “Immagino e spero che in quel momento non ti hai sentiva affatto imbarazzata».
Que conste que no es por criticar sino sana envidia, pues sumándome a los anhelos de su santo varón, y gran amigo mío, no me importaría en absoluto someterme a su escrutadora mirada, o a la de cualquiera, si al final se me homenajeara con tan sensual piropo.
Coincideixo plenament amb vostè en allò que les nostres connexions culturals entorn de la Mediterrània no ens fan ser millors però potser sí més feliços.
Sempre als seus peus…
ritegno
/ri•té•gno/
(sostantivo maschile)
Tendenza a moderare gl’impulsi, implicante misura nel comportamento e riserbo nell’espressione.
Querido homo. Si, es verdad: he mirado y mucho, no me he perdido un perejil. Me conozco Perugia como la palma de mi mano y he observado todo con gran detenimiento. Soy la mayor cotilla del reino de España. El David es la cumbre del Renacimiento; aún ando buscando el original entre nuestra especie. Si no lo encuentro, mejor; significa que aún hay esperanza. «Ritegno» es algo así como «contenido». A medida que uno cumple años, ese adjetivo va desapareciendo del vocabulario. Tanto usted como su amigo deberían contenerse menos y disfrutar más, que les veo demasiado «inhibitos». Pace e bene.
Qué alegría leerte, queridísima Rosa. A mi los italianos también me llegan al alma. Sus ganas de vivir, la expresividad de su idioma…
Y lo que más me llamó la atención del Dávide es su expresión de concentración. Parece que puedas leerle el pensamiento. No puede fallar, y ahí están todos sus músculos en tensión, el entrecejo fruncido, la mirada fiera. Una maravilla.
También una maravilla tu familia. Y ya sabes de mi solidaridad con Benito.
Gracias Carmeta.
Italia es siempre un plus, es como zambullirte en el útero materno. Sin duda, el país más bello del mundo.