Literatura

El Porompompero

6 marzo, 2021
La Tata Fernanda

Encontrar a la Tata Fernanda fue mucho más importante para nosotros que el amartizaje del Perseverance para la humanidad. Ella es ciencia almodovariana, tecnología de refranero y digitalización quijotesca en pleno siglo XXI. Ya quisiera la NASA un rastreador de la categoría de esta mujer rechoncha y bullanguera, manchega de delantal y alpargata, cuya ingeniería se fundamenta en disponer de la mejor materia prima: autenticidad.

La Tata Fernanda entró a formar parte de nuestra familia cuando nació mi primer hijo, Guille el Porompompero. El mote no es casual, porque el chiquillo se crió al arrullo del repertorio completo de Manolo Escobar. El pelirrojo se echó a caminar bajo el influjo de la canción española, con más copla que nana y más fandango que romancero.  Lo cierto es que el niño no aprendió ni una puñetera canción infantil. Tanto es así que, durante una fiesta popular para los más pequeños, solicitaron voluntarios para salir a cantar. El Guille se encaramó de un bote al escenario, agarró el micrófono y nos cantó de principio a fin “Viva el vino y las mujeres”. Como madre sentí mucho orgullo, esa es la verdad, pero también las miradas inquisidoras del resto de los vecinos del pueblo.  

Nuestros tres hijos crecieron felices como las Gracias de Rubens, con unas redondeces propias de los guisos de la Tata Fernanda. Sus croquetas de jamón eran engullidas a pares y las albóndigas en salsa duraban lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks. Cuando llegaba el verano, y se ponían los trajes de baño, recordábamos aquella cantinela de: —¿Cómo están sus hijos? —Como botijos. Aprendieron también un castellano con los verbos terminados en “ís”: cogís, trajís, volvís, y la manía de terminar los sustantivos en “eta” y “ete”: sopeta, pucherete, cuchareta… Entre otras singularidades del dialecto manchego.

Mientras nosotros trabajábamos, la Tata Fernanda nos malcriaba a los hijos a fuerza de besos sonoros y arrumacos infinitos. Había días que le teníamos que arrancar a los niños de los brazos. A punto estuvieron de morir de tanto amor. El cariño era recíproco, porque los tres botijos se agarraban a su delantal como las lapas a las rocas y reclamaban su presencia durante esos trágicos momentos de pataleta.

Ahora en la distancia, la Tata Fernanda representa las vacaciones de verano y una fuente gigante de patatas fritas, además de estratégicas llamadas telefónicas para ponernos al día del devenir del vecindario. Tras la muerte de Manolo Escobar, ella se ha hecho con el protagonismo. Ya no queda nadie en la Tierra que entone mejor “Qué guapa estás” y “Madrecita María del Carmen”. No tiene posesiones ni dinero, y fue a la escuela lo justo, pero atrapa los versos y conjuga los verbos con una gramática propia que rebasa el tiempo y el espacio.

Cuando los odios andan sueltos,

Uno ama en defensa propia

M. Benedetti

La Tata Fernanda con sus tres botijos en Mallorca

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16 Comments

  • Reply Pedro Javier Conesa Dávila 6 marzo, 2021 at 11:13 pm

    No me hubiera importado conocerla, no… Y lo del repertorio de Manolo Escobar en boca del niño, impagable. No sé si me hace reír más la situación en sí o las caras de los vecinos.
    Te echábamos de menos…

    • Reply Rosa María Mateos Ruiz 7 marzo, 2021 at 5:12 pm

      Tenías que haber visto las caras de los vecinos, Pedro. Fue una escena tan «políticamente incorrecta» que la hizo maravillosa. La Tata Fernanda es un personaje de Bienvenido Mr. Marshall, inigualable. La adoramos. GRACIAS

  • Reply Rafa 7 marzo, 2021 at 10:28 am

    ¡Qué delicia de relato! ¡Cuánta ternura! Y que buen recuerdo de nuestras raíces. Tan llenas de grandes seres humanos hoy olvidados en nuestros delirios deslumbrados de nuestras certezas y seguridades maniqueas y soberbias. Tan preñadas ellas de odios. Gracias por predicar la ternura y el agradecimiento.

    • Reply Rosa María Mateos Ruiz 7 marzo, 2021 at 5:08 pm

      Gracias Rafa por entenderlo con tanta grandiosidad, Si, tan henchidos de ego como andamos, viene bien recordar un poco de humildad y ternura. Un fuerte y tierno abrazo para ti.

  • Reply Alejandro 7 marzo, 2021 at 11:53 am

    Genial.

  • Reply Luis 7 marzo, 2021 at 1:00 pm

    En medio de tanta inhumanidad nos regalas esta brisa de autenticidad y cariño . Ya te echábamos en falta Rosa , las manchegas tienen los pies bien enraizados en esta dura tierra , son como los olivos , no piden ni agua y dan oro líquido, y además duran mucho .

    • Reply Rosa María Mateos Ruiz 7 marzo, 2021 at 5:06 pm

      Genuinamente manchega es la Fernanda. Sí, que faltos estamos de un poco de aire fresco y de reivindicar los verdaderos valores de las personas. Nuestra tata es de ese tipo de personas que hacen girar el mundo. Un fuerte abrazo para ti, Luis.

  • Reply Antonio Parrilla Muñoz 7 marzo, 2021 at 2:21 pm

    Rosa María: un encanto de relato, repleto hasta la bandera, usando el símil torero; porque tiene el mismo arte y bravura de todo lo genuino. Un encanto de “Chacha”, pues la Chacha es él equivalente a la abuela y todos sabemos que las abuelas nos “malcrían” bien criándonos. Solo pecan en el derroche del amor que utilizan.
    Genial tu escrito, queridísima Rosa; genial.

    • Reply Rosa María Mateos Ruiz 7 marzo, 2021 at 5:04 pm

      Gracias Antoñico. La Tata Fernanda es muy, muy grande. Yo estaba bien tranquila y orgullosa de que mis hijos la quisieran tanto. Cumple las tres «G»: genuina, generosa y graciosa. Un abrazo.

  • Reply Pepe Sánchez 8 marzo, 2021 at 1:48 am

    Maravilloso, tierno y con mucho arte. Cuando leo algo es por alguna de estas tres razones: aprender, divertirme o gozar en el recuerdo. Has conseguido los tres objetivos. He viajado a mi primera infancia, la tata era la “Tata Paca”, hermana del abuelo, que nos crió a los tres mayores hasta los 2-5 años y la música de fondo era de Dñª Concha Piquer. ¡¡Qué forma de narrar Rosa!! Enhorabuena.

    • Reply Rosa 8 marzo, 2021 at 11:10 am

      Eso ya son palabras mayores, criarse con Doña Concha. Qué grandes estas mujeres que ejercen de Madres, con mayúsculas, y cuidan de las crias igual que si fueran suyas. Se dan poquísimos casos en la Naturaleza. Hay que denominar una nueva especie «las tatas», cariño, amor altruista y una nobleza sin parangón. Un abrazo, Pepe y GRACIAS.

  • Reply Ester 11 marzo, 2021 at 12:50 pm

    Han sido muchas las mujeres “tata” en este país que nos ayudado a “nosotras” a seguir con nuestra profesión y a tener una familia. Este artículo lo considero un homenaje a todas ellas olvidadas en nuestra sociedad. Bien Rosa!!

    • Reply Rosa 12 marzo, 2021 at 9:48 am

      Eso es, Ester. Nosotras hemos podido crecer gracias a ellas. Les debemos muchísimo. Se quedan al cuidado de lo que más queremos. Un gran homenaje para ellas. Un abrazo.

  • Reply carme 1 abril, 2021 at 10:53 am

    Me has emocionado. Conocí a la Tata Fernanda cuando, antes de llegar vosotros a Mallorca, trabajaba ella con una estupenda familia en una » possessió» de ésas en que las labores, en la casa y en el campo,
    se acompañan de canciones para hacerse más llevaderas.
    Corro a contactar con aquellos a los que cuidó antes de atender a tus vástagos, a los que tengo como sobrinos de adopción.
    La familia Galmés estará encantada de leer unas palabras tan amorosas y bien encajadas.
    Gracias, Rosa.

    • Reply Rosa María Mateos Ruiz 29 abril, 2021 at 8:05 pm

      Tardo en responderte, querida Carmeta, porque los intríngulis de La Letra de la Ciencia son caminos tortuosos que me pierden los mensajes. La Tata Fernanda ha dejado mucha copla por ahí y su alegría ha traspasado possesions, islas y montañas. Hay mujeres que no salen en los libros, pero que hacen girar el mundo. Gràcies, querida amiga.

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