Literatura

La Mata Hari del Caribe

3 mayo, 2019
la espía caribeña

Julián Mariñas empezó a coleccionar objetos cuando solo tenía ocho años. Al principio se trataba de caracolas marinas, piedras de colores talladas por las olas y restos de antiguos naufragios que llegaban a la playa empujados por la marea. Más tarde, en la adolescencia, se obsesionó con los seres vivos y en particular con los artrópodos, que buscaba por tierra, mar y aire para crucificarlos sobre cartulinas blancas. Antes de cumplir los dieciocho era un experto mundial en la taxonomía de los lepidópteros y se carteaba con otros coleccionistas para intercambiar, además de mariposas, escorpiones, arañas y escarabajos.

A los veinticinco años había llenado la nave de sus padres con cajas de monedas antiguas, etiquetas de vino, tortugas de cerámica, pastillas de jabón, chapas de cerveza, lápices, abrecartas y calcetines sin pareja, entre otros muchos objetos. A tres meses de la boda, Maruxiña, su novia de toda la vida, le abandonó porque no podía tolerar sus colecciones de ojos cristal, manos de escayola y piernas ortopédicas; imaginó su futuro conviviendo en aquél universo de prótesis y enfiló la ría aguas arriba para no regresar jamás.

Desde que le prejubilaron en el banco, Julián Mariñas dedica las horas del día a poner en orden el inventario de sus colecciones. Tiene ya setecientos ficheros Excel a reventar y cerca de medio millón de piezas catalogadas. Los miércoles y viernes se permite un descanso para hacer deporte; recorre con su peña ciclista los cuarenta y siete kilómetros que separan Viveiro de Ortigueira, regresando por el Bosque de Gigantes, donde Julián espera a los más rezagados recolectando hongos, helechos y flores silvestres para sus herbarios. Algún sábado por la noche también se deja caer por la taberna del barrio. El Mariñas es allí bien recibido porque siempre paga unas rondas y se interesa por la salud de cada parroquiano. Pero el momento de la semana que aguarda el coleccionista con impaciencia es la partida de ajedrez que juega con la Cubana cada domingo, batallas que comienzan tras el café del almuerzo y que suelen prolongarse hasta la media noche.

La Cubana es la vecina de abajo. Llegó a tierras gallegas hace dos años para retomar las propiedades que dejó su familia tras más de siete décadas en el exilio. La señora tiene una interesante leyenda a sus espaldas que los vecinos se han preocupado de adornar con numerosos detalles y anécdotas. Según se comenta, fue General del ejército castrista y ejerció de espía para los rusos durante los últimos tiempos de la Guerra Fría. La afición al ajedrez le viene de la larga temporada que pasó en Moscú aprendiendo técnicas de infiltración y estrategias de espionaje.

—Cuando murió El Comandante, agarré las maletas para regresar —comenta la Cubana con su fuerte acento de la Habana Vieja.

La relación entre los dos vecinos comenzó con un traspiés, porque la Cubana salía a fumar a la terraza y el humo de los puros atufaba la colección de cactus del señor Mariñas.

—Se levantó el caballero con el moño virao, ¿no sabe que las plantas son adictas a todos los venenos? —replicó la Cubana a las críticas de su vecino.

Y era verdad, porque los cactus del Mariñas comenzaron a crecer con un lustre desconocido y a echar hasta cuatro floraciones al año desde que apareció la Mata Hari del Caribe.

Gracias al ajedrez se fue forjando entre ambos una amistad cada vez más sólida que dejaba en el aire el deseo contenido de dos almas maduras y solitarias. Entre jugada y jugada, pasaban la tarde hablando de libros, política y acontecimientos, mientras daban buena cuenta del ron añejo que recibía la Cubana de sus parientes al otro lado del mar.

Pero esta vida apacible y rutinaria se fue al garete el mismo día que el sobrino del Mariñas, el informático, le abrió a su tío varios perfiles en las redes sociales.

—Ahora podrás coleccionar amigos —le dijo.

Don Julián se tomó el reto bien a pecho, como casi todo, y comenzó una actividad frenética para alimentar su lista de amigos virtuales. Al principio disparaba a personas con inquietudes afines, pero después se desmadró ampliando su círculo a cualquiera que aceptara su humilde petición de amistad. A los dos meses tenía casi cuatro mil amigos de nueve países diferentes y una retahíla de mensajes que contestar en varios idiomas. Se hizo un experto en emoticonos: likes, corazones, guiños, besos, OK y manos en todas las posiciones. Para atender tan formidable hermandad, cada día se acostaba más tarde, descuidando su aseo personal y alimentándose apenas con una tortilla francesa acompañada por dos mendrugos de pan.

Ante su reiterada ausencia, la peña ciclista decidió enviar una comitiva. Les recibió un individuo maloliente y en chancletas que nos les dejó pasar del umbral de la puerta. Las insistentes llamadas de la Cubana tampoco fueron atendidas ni sus gritos de angustia por el balcón, y mucho menos obtuvieron respuesta los constantes mensajes de los colegas de la taberna. A medida que don Julián iba ganando territorio a golpe de ratón, los floridos cactus de la terraza se fueron muriendo, uno tras otro, por falta de riego y atención.

La misma noche que atesoró veinte mil amigos, la policía derribó su puerta para encontrarle exhausto y vencido sobre la pantalla. En el hospital le aislaron en una habitación sin wifi y comenzaron a alimentarle con las zamburiñas y los percebes que le traían de la taberna. Durante el duermevela de su convalecencia, la Cubana le reveló todos los secretos de estado que había descubierto en el desarrollo de su profesión. Más de una confidencia hubiera hecho saltar el mundo por los aires.

Tras regresar a casa después de una larga recuperación, el sobrino le informó del misterioso incendio ocurrido en la nave donde almacenaba sus colecciones. Los cientos de miles de objetos y cachivaches quedaron reducidos a una bola de metal, como el corazón del Soldadito de Plomo. Tampoco supo explicarle el sobrino la extraña desaparición de todos los archivos del ordenador; se esfumó hasta el último bit sin dejar la más mínima huella, junto a las dos copias de seguridad.

Aturdido por las noticias, Julián Mariñas se sentó en la terraza para tomar un poco el aire. De repente le llegó el olor inconfundible del habano y los anillos de humo del piso de abajo. La fuerte carcajada de un hombre feliz pudo escucharse en toda la ría.

Fotografía© Lady Havana by Lauren Breedlove

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18 Comments

  • Reply Joaquín del Val 3 mayo, 2019 at 7:07 pm

    Me encantó el relato. Gracias, Rosa.

  • Reply Jose Luis 4 mayo, 2019 at 4:16 pm

    Chulisimo maxirelato, mini novela, escribes imágenes con letras…

    • Reply Rosa María Mateos Ruiz 5 mayo, 2019 at 11:48 am

      Me gusta mucho tu percepción de imágenes con letras….. Justo lo que quería transmitir. Gracias

      • Reply Jose Luis 6 mayo, 2019 at 10:34 pm

        Podría serlo, no es el principio de, no lo es, lo veo más cerca de probablemente serlo ó de serlo realmente. Aunque a Julián no lo conozcan en Viveiro ni en el club ciclista…
        Cualquiera empieza coleccionando lo que el mar exhala, una prótesis, una caracola y al final acaba coleccionando artrópodos y lepidópteros como papillón… Me confundes con la Mata Hari del Caribe, creía que era espía de la CIA, Marita Lorenz y no del soviet, bueno creo que tenían algo en común… su amor al ajedrez y fumar puros.
        Más, me desconcentras de pasar de la guerra fría a la adicción del Sr. Mariñas y de pasar de coleccionar mariposas y escarabajos a folloguers.
        Es lo bueno que tiene tu relato… no investigaré más, parece una experiencia personal ó quizás no…

  • Reply GUTIÉRREZ GORLAT, NICOLÁS 5 mayo, 2019 at 12:19 pm

    Querida Rosa, magnífico relato. ¡Cuánto me gusta …! Un fuerte abrazo.

    • Reply Rosa María Mateos Ruiz 5 mayo, 2019 at 2:12 pm

      Queridísimo don Nicolás, ¡qué alegría saberte ahí! Gracias por tus alentadoras palabras venidas de un escritor veterano. Un abrazo enorme.

      • Reply GUTIÉRREZ GORLAT, NICOLÁS 6 mayo, 2019 at 12:47 pm

        Gracias. Tus relatos me encantan. Otro abrazo. Sabes que te quiero.

        • Reply Rosa María Mateos Ruiz 8 mayo, 2019 at 9:07 am

          Ése amor es recíproco. ¡Cuántas veces me acuerdo de doña Teresa! Y su empeño por la buena letra y buena ortografía. La enorme huella que dejáis los buenos maestros. GRACIAS, GRACIAS.

  • Reply PEDRO SÁNCHEZ GÓMEZ 6 mayo, 2019 at 11:30 am

    Como siempre, un relato muy bueno que me hace reflexionar.

    • Reply Rosa María Mateos Ruiz 6 mayo, 2019 at 1:49 pm

      Gracias Pedro. Despertar una reflexión me parece un magnífico halago, que te agradezco en el alma.
      Por cierto tú y yo tenemos dos nombres muy actuales. En mi caso soy tu directora de RTVE. ¡¡¡No me ceses ahora que le he cogido el tranquillo!!!!

  • Reply HOMO "SAPIENS" CANIJUDIENSIS 7 mayo, 2019 at 12:33 pm

    Estimada novelista y bloguera…

    Su meritoria vena literaria nos sumerge en una perturbadora historia de excesos obsesivos cuyo final, no me atrevería a definirlo como feliz, se precipita gracias a la providencial mano negra de una experta caribeña en el arte de la confabulación y el disimulo que, harta quizás ya de reprimir por más tiempo sus deseos contenidos, le devuelve la cordura con su propia y sutil locura incendiaria a la solitaria alma madura… ¿Objeto de sus inconfesables anhelos?

    Es una percepción muy personal, pero siento como que disfruta usted cada vez más de su faceta de escritora, tejedora incansable de historias y personajes, por lo que me va a permitir re-interpretar el final de su relato… “la satisfecha sonrisa de una novel escritora feliz pudo sentirse en todo el planeta Tierra”.

    Que no decaiga y lo podamos seguir disfrutando.

    Per allò de la sana enveja i com a rèplica a algun dels seus seguidors, dir-li que els seus relats m’encanten i que sap que jo també l´estimo.

  • Reply Rosa María Mateos Ruiz 7 mayo, 2019 at 4:34 pm

    «A todo lo que he perdido: gracias por dejarme libre» es el resumen de este minicuento. A veces hace falta pegarle fuego a esas cosas que, sin darnos la felicidad, nos atan. La negra comete un acto de amor inconmesurable. Gracias por esa confianza muy por encima de mis expectativas. Gràcies.

  • Reply Pedro Conesa 9 mayo, 2019 at 1:19 pm

    Magnífico relato, como siempre. Pero no tengo muy claro que hubiera una autoría del incendio y del desastre informático. Hay mucho virus por ahí suelto, dispuesto a comerse cualquier fichero Excel, cuanto más gordo, mejor. Y qué decir del fuego, que aparece en cualquier sitio y devora todo lo que pilla, virus informáticos incluidos. No sé, pienso que fue «una mano» que finalmente se decidió a intervenir y poner remedio a algo que ya no era sostenible. Y no me refiero a las colecciones, que siempre se pueden colocar en algún sitio, sino a la cordura del sr. Mariñas, que esa ya iba cuesta abajo y sin frenos.

    Magnífico relato, insisto. Un fuerte abrazo

  • Reply Rosa María Mateos Ruiz 9 mayo, 2019 at 7:52 pm

    Puede ser que el incendio y el borrado de datos fuera fortuito…..Ahora bien: la Cubana era una experta en no dejar huellas. Lo que coincido contigo es que al Mariñas había que pegarle fuego de una vez por todas. Sin compasión.
    Mucho mejor la gente que, en vez de coleccionar, selecciona. Un fuerte abrazo para ti que cruce de un salto Despeñaperros.

  • Reply Yiyo 28 mayo, 2019 at 6:29 pm

    Que delicia sentarse a leer las vidas que nos cuentas. Son de verdad, un poco ellos y un poco nosotros …. lástima que en la seguridad social no se receten más zamburiñas, terrazas y cafés. Qué ahorro en antidepresivos.
    Un besazo

    • Reply Rosa María Mateos Ruiz 30 mayo, 2019 at 9:39 am

      Serían maravillosas esas recetas de zamburiñas. ¡Qué faltica le hacía la Cubana al coleccionista! A veces, encontramos por el camino a esas personas que nos agitan para sacudirnos las miles de tonterías que llevamos encima. Un besote.

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