En una esquina del parque Tremont, junto al lago de los cisnes, se levanta una pequeña estatua dedicada a la niña española que trajo el baile a las calles del Bronx. Fue mi tía Rosita quien sembró la primera semilla que más tarde haría florecer el hip hop y el rap por las esquinas del barrio. Ella hizo de aquel arrabal de cemento el lugar con más salero del mundo.