Mini relato de la semana

Mi tía Rosita

15 abril, 2020
Sevillanas en el Bronx

En una esquina del parque Tremont, junto al lago de los cisnes, se levanta una pequeña estatua dedicada a la niña española que trajo el baile a las calles del Bronx. Fue mi tía Rosita quien sembró la primera semilla que más tarde haría florecer el hip hop y el rap por las esquinas del barrio. Ella hizo de aquel arrabal de cemento el lugar con más salero del mundo.

Mi tía Rosita emigró de pequeña a los Estados Unidos. Tenía ocho años cuando cambió la orilla izquierda del Guadalquivir por las grises riberas del Harlem, donde las gaviotas vuelan también en círculos esperando las sobras de los remolcadores. Sus padres alquilaron un pequeño apartamento en el Bronx, en una torre alta por encima del agua desde donde veían ondear la ropa tendida del vecindario y el parpadeo de las luces al anochecer.

Mientras la madre de Rosita se pasaba el día sentada en la cocina con el dolor del recuerdo, tomando anís de Cazalla y preparando papas aliñás, la niña recorría las calles en busca de nuevos amigos. Pronto aprendió un inglés que no había dios que lo entendiera, con un batiburrillo de acentos traídos del jamaicano, el chino mandarín, el italiano, el polaco… Sin perder el toque genuino de su deje trianero. Pero lo suyo no eran los idiomas ni el cante, y mucho menos la expresión escrita. Mi tía Rosita se echaba a bailar apenas le tocaran las palmas y no hacía falta rogarle mucho para que se lanzara por fandangos o bulerías.

A los dos meses de poner los pies en América, Rosita tenía a toda la chiquillería del barrio bajos sus órdenes y no había un solo negrito en el Bronx que se librara de sus clases de flamenco. Ciertamente no pudo encontrar mejores alumnos, porque aquellas criaturas llevaban el ritmo en las venas y no se les resistía ni el taconeado compulsivo de la tercera sevillana.

Años más tarde, de entre los centenares de nacionalidades distintas del barrio, mi tía Rosita fue a enamorarse de un compatriota: un galleguiño de la ría de Pontevedra, limpio, leído y enjuto.  Mi tío Pepiño, bueno como el pan, era más desabrido que sopa de pobre y no había persona sobre este planeta con menor sentido del ritmo que él. Ambos aprendieron a disfrutar de las diferencias del otro y tomaron la determinación de regresar a la patria con un buen puñado de dólares en los bolsillos.

En la trasera de la calle Betis montaron un tablao flamenco por todo lo alto con el sorprendente nombre de «La Quinta Avenida».  Por allí ha pasado lo más tronío del cante y del baile, desde Carmen Linares hasta José Mercé, pasando por el gran Tomatito. Eso sí, apenas escucha mi tía Rosita el toque de la guitarra, se sube de un brinco a la tarima y se pega un taconeo que ya quisiera la mismísima Juana la Macarrona. Mi tío Pepiño ya ha asumido que su mujer no tiene remedio.    

Fotografía: ©Helen Levitt

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6 Comments

  • Reply Pedro Javier Conesa Dávila 16 abril, 2020 at 9:20 am

    Afortunadamente, el amor bien entendido tiene estas cosas: acabas apreciando a tu pareja no tanto por lo que os iguala, sino por lo que os diferencia. Eso es lo que hace avanzar a las relaciones. Bueno, eso y otras cosas más. Pero esto es un comentario a una narración casi íntima, no un tratado académico sobre las relaciones de pareja. Por cierto, me ha gustado mucho, pero sobre todo el tono a medias mundano, a medias íntimo. No me importaría visitar esa Quinta Avenida… Bueno, la de NY también, pero en otro momento.
    Con un buen relato, pasas un buen rato. Felicidades y, a ti y a los demás, ¡quédate en casa!

    • Reply Rosa 16 abril, 2020 at 9:24 pm

      Querido Pedro:
      Esa es la clave en un matrimonio: aceptar y apreciar las diferencias y, lo más importante, asumir que jamás podrás cambiar a la otra persona. Mi tía Rosita y mi tío Pepiño lo llevaron al pie de la letra. Cuando vengas por Granada, prometo cervecita y espectáculo flamenco en la Peña La Platería, la más antigua y genuina de España. En pleno Albaycín. Gracias, amigo.

  • Reply Antonio Parrilla Muñoz 16 abril, 2020 at 11:04 am

    Querida Rosa -Rosita- ; tengo que decirte que eres como Maria Vargas-La Terremoto. Cuando tomas la pluma, revolucionas (en positivo) ; que derroche de ideas, que explosión produces sobre esa tarima de papel o pagina sobre la que derramas tus pensamientos/sentimientos; como mezclas, haces que lo profundo fluya y salga a la superficie , como lo más sencillo y agradable; como se nota tu querencia, tanto artística como vocacional( la Geología telúrica). Me ha encantado este deambular entre Las Américas y las riberas del Betis. Me ha gustado mucho la vuelta a la tierra y me trae a la memoria(mi memoria del cante jondo) una flamenca nacida al otro lado del charco y que seguramente fue atraída por la semillas de la Ta Rosita, e hizo brillar el tablao sevillano.
    Gracias, querida amiga .
    Genial.

    -PD. MARÍA LA MARRURRA. MOREEN SONDRA SILVER, cantaora de flamenco, más conocida artística-mente en el mundo de la historia del cante flamenco con el nombre artístico de MARÍA LA MARRURRA, por su ejecución de la siguiriya de El Marrurro.

    • Reply Rosa 16 abril, 2020 at 9:26 pm

      Qué flamenco eres, Antoñico. He bicheado la vida de María la Marrurra y he flipado. Esa señora se merece una novela en toda su amplitud. Lo de la siguiriya del Marrurro es magistral. A ver si nos dedicas unos verdiales. Gracias, amigo.

  • Reply santiago martin ballesteros 19 abril, 2020 at 12:40 pm

    Querida Rosita
    Aquí estoy para reconocer sin tapujos que soy un seguidor fiel y descastado que disfruta con deleite de tus regalos y nunca te lo agradece. Estos días, en que uno está tan para sus adentros y aflora el sentir hasta en la punta de las orejas, me han animado a enmendar mi racanería y vencer la vergüencilla que me da expresarme con la pluma entre tanta delicia literaria. Y ahí va…
    grasias grasias muchichisimas grasias, que bonicos que son, que gustito que da de leelos

    • Reply Rosa María Mateos Ruiz 19 abril, 2020 at 4:34 pm

      Un lujo recibir estas palabras de aliento de un trovador cuentacuentos. Ambos somos unos cuentistas y, a estas alturas, no vamos a disimularlo.
      Gracias Santolín, caballero serrano. Un gusto leerte y saberte ahí.
      Te adoro,
      Rosita

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