Curiosidades de ciencia

Mi Ínsula de Barataria

3 abril, 2018

No es fácil cambiar de casa,
de costumbres, de amigos,
de lunes, de balcón.
Pequeños ritos que nos fueron
haciendo como somos.

Ángeles Mora, Premio Nacional de Poesía 2016, nos recitó el otro día este poema con una voz quebrada, poniendo palabras a todos esos sentimientos de desamparo que reconozco como propios cada vez que me ha tocado cambiar de casa y de ciudad. No, no es fácil deshacer las maletas en otra lluvia, que dice la poeta.

Según el descubridor de Lucy, el paleoantropólogo Donald Johansson, nuestro cerebro es aún el de un nómada cazador-recolector que no ha tenido el tiempo suficiente para adaptarse a vivir encerrado y trabajar obedeciendo rutinas. Hay un tremendo desbarajuste entre la lenta evolución genética y la rápida revolución tecnológica que hemos producido. La vida sedentaria no está en nuestro ADN y tenemos predisposiciones heredadas para ser más felices al aire libre. Por ejemplo, cuando paseamos por el campo conectamos enseguida con el entorno y los problemas cotidianos se diluyen como un azucarillo en el agua. En estos casos no es usted un romántico, sino un primate en estado puro.

A pesar de este equipaje genético, cada vez que nuestra especie consigue un avance tecnológico ya no lo abandona jamás, si acaso lo mejora. Es lo que sucedió con la agricultura, que acabó para siempre con el «culillo de mal asiento» de los sapiens. Aunque cuesta imaginar, las ciudades son un invento muy reciente y se remontan a los primeros asentamientos estables en las fértiles riberas del Éufrates, hace apenas 8000 años. En la actualidad tan solo quedan 35 millones de nómadas en el planeta y los pueblos errantes están a punto de desaparecer. Esto quiere decir que ni el 0,45% de los humanos vive de acuerdo a su naturaleza, lo que nos genera (sin saberlo) una angustia permanente. Tenemos el alma ambulante atrapada entre cuatro paredes. Los tuaregs, los hombres azules del Sáhara, se autodenominan «Imushag», que en su lengua significa «Los Libres».

En España ha ganado con creces el acomodadizo Sancho Panza frente al aventurero don Quijote. «Cuando viene el bien, mételo en tu casa; en casa llena, presto se sirve la cena», entre otros refranes domésticos del escudero. La filosofía del Siglo de Oro sigue vigente: hay que estar a buen recaudo, calientes, con la tripa llena y sin aventurarse al más mínimo riesgo. Las cifras lo confirman: la gran mayoría de los españoles muere en el entorno de su lugar de nacimiento; o más bien como dice un amigo: uno muere donde ha nacido su mujer, y punto. El resultado es que nos movemos menos que la barbilla de Tutankamón y que cuando conseguimos gobernar esa Ínsula de Barataria que representa nuestro espacio de confort, ya no la abandonamos jamás.

En los trabajos también tendemos a perpetuamos como Matusalén; hay una especie de miedo feroz a los cambios: «más vale malo conocido que bueno por conocer«. En la mentalidad anglosajona, llevar más de 10 años en la misma empresa está muy mal visto; se considera que la persona carece de ambiciones. Según los expertos, a partir de los 7 años haciendo la misma faena ya vives como Saturnino Calleja: del cuento. Te acomodas como el gato de la casa y aprendes a sobrevivir con tres habilidades que medio dominas. Viene a ser algo así como un olivo centenario con las raíces bien profundas pero que echa unas aceitunas esmirriadas. El gran genio del Renacimiento, Miguel Ángel Buonarrotti, lo resumió así: El mayor peligro no es que nuestra meta sea demasiado alta y no la alcancemos, sino que sea demasiado baja y la consigamos. Touché maestro.

Los médicos advierten que el sedentarismo es mucho más peligroso que el tabaco, mientras que los sociólogos insisten que la perpetuidad es la lacra de nuestro sistema. Aquí nos aferramos al sillón como una lapa en las rocas de la playa. Cualquier plantilla que lleve coexistiendo largo tiempo acaba por irse al garete. El aire se va viciando como en una sala de fumadores y surgen las fobias personales que acaban por destruir la convivencia. Es el ambiente perfecto para las camarillas de poder sin escrúpulos, que van tejiendo los oscuros hilos de la corruptela al abrigo de la desmotivación general. Uno no se da cuenta y se le pasa la vida tan «agustito», mirando hacia otro lado.

En la Naturaleza es bien sabido que las especies endémicas, a pesar de los esfuerzos de los conservacionistas, inician una lenta agonía hacia la extinción. Las especies invasivas acaban por dominar rápidamente el territorio. Quien se mueve, gana. Al librarse con poderoso esfuerzo de los grilletes de la costumbre, del peso plúmbeo de la rutina……..De nuevo amanece la mañana de la vida. No queda más remedio que continuar el viaje para alcanzar los sueños. Como don Quijote.

Hay cosas que no arrastra el equipaje:
el cielo que levanta una persiana,
el olor a tabaco de un deseo,
los caminos trillados de nuestro corazón.
No, no es fácil cambiar ahora de llaves.
Y mucho menos fácil,
ya sabes,
cambiar de amor
.

(Texto parcial de «Elegía y Postal» de Ángeles Mora)

© Fotografía: Mikael

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10 Comments

  • Reply ANTONIO RFAEL PARRILLA MUÑOZ 3 abril, 2018 at 10:35 pm

    Uffff , ya esperaba esta nueva entrada Rosa!! Como te haces de rogar, pero la delicia y el pastelillo si se espera …, sienta mejor.
    Como te digo, «delicioso escrito», que al parecer todos compartimos, pero no practicamos, pues dejar este cuerpo serrano de cada cual sin sus querencias cotidiana es un poco !difisilillo». Me ha encntado el nuevo giro o formato que poco a poco vas imprimiendo a tus escritos, se nota que lo pules cada dia mas como consecuencia de tus participaciones en cursos y concursos.
    La minina o gatita,, supongo…, deliciosa. Yo me identifico como bien dices.-«Un primate en estado puro».
    Un saludo afectuoso.

  • Reply Rosa 4 abril, 2018 at 9:20 am

    Sí. Tú y tu amigo Antonio sois dos bonobos «saltabalates» que os gusta más el campo que a una cabra. Para mí, es también imprescindible una escapadita campera con frecuencia. Los genes errantes que tiran para el monte.
    Gracias y un abrazo.

  • Reply Rafa 4 abril, 2018 at 10:24 am

    ¿Homo sapiens o Mono» espabilado»? Más bien creo que lo segundo. Y el nomadismo visceral reconvertido en huida «tecnocrático-futurista». Es decir, nómadas esenciales que no tienen los pies en la tierra. Una verdadera bomba de relojería.
    Gracias, una vez más por tu escrito( tan bien escrito, por otro lado)

    • Reply Rosa 4 abril, 2018 at 10:37 am

      Más bien mono espabilado, listillo. El nomadismo visceral es un asunto interesante, la continua huida a través de las tecnologías que nos aíslan cada vez más, cuando debería ser lo contrario. Reflexionaremos sobre ello. Gracias Rafa.

  • Reply Luis González de Vallejo 4 abril, 2018 at 11:35 am

    Gracias Rosa, una vez más por tanta finura en tu lenguaje, sutiles pinceladas sobre algo muy profundo. Cada uno de nosotros podemos preguntarnos si nos sentimos nómadas o sedentarios. Yo ya lo he hecho, y me siento más nómada que sedentario, aunque en este país la corriente vaya en contra, laboralmente es muy difícil. En las últimas décadas la Administración se ha vuelto sedentaria a tope: por ejemplo entras en una universidad y te quedas para siempre, y las autonomías son el puro ejercicio del inmovilismo. Yo creo que el resultado final de esta nueva discordancia al modo geológico, se manifiesta en un empobrecimiento social y cultural.
    Gracias Rosa

  • Reply Rosa 4 abril, 2018 at 11:59 am

    Gracias a ti Luis. Iba a incluir algunos párrafos sobre la inmovilidad en la administración, así que me alegro que lo saques. Así es; hemos creado sistemas inmovilistas, cortijeros, que promocionan el catetismo, y donde no se permite la entrada de aire fresco. Al no conocer nuevos ambientes, nos vamos empobreciendo paulatinamente. Debería ser obligatorio la circulación y el intercambio de personal entre universidades, administraciones públicas, etc. Se acabarían muchos de los problemas identitarios que arrastramos. Un fuerte abrazo.

  • Reply El Seco 4 abril, 2018 at 4:08 pm

    En el caso de la tierra que me acogió cuando abandoné el nido podríamos clasificar a muchos de sus habitantes inmovilistas como el «Homo miarmensis». Y es que como en Sevilla en ningún sitio «miarma». En todo caso en Matalascañas y Chipiona en verano….

    • Reply Rosa María Mateos Ruiz 4 abril, 2018 at 5:02 pm

      Es que los sevillanos sí que saben, miarma. Para qué moverse si ya viven en el paraíso . Y en Chipiona y Matalacañas, se toma buen vino y mejor pescado. No salen del paralelo 40º. El «granadiensis» tampoco es muy aventurero, todo hay que decirlo. Un beso grande, sevillita.

  • Reply HOMO SAPIENS CANIJUDIENSIS 5 abril, 2018 at 7:05 pm

    Estimada bloguera, destacada “influencer” de los más sesudos corrillos científico-literarios. Una vez más su prolija prosa nos acerca a la más rabiosa actualidad científica con datos empíricos del pasado, a escala geológica, más cercano.

    Poco más queda por añadir a sus doctas enseñanzas, quizás tan solo decir que me alegra corroborar que mis coetáneos supieron evolucionar y prosperar gracias a sus (nuestros) genes viajeros. Pero es evidente que la que hoy en día predomina, y en esto los “sapiens” sí que hemos estado “listos” pues hemos sido capaces de aglutinar en un corto lapsus de tiempo evolutivo tres especies en una, es la denominada “homo aletargadiensis de cúbitus supinus con plasmas y wifidus activas”.

    Ahí dejo el tema, ojo aspirantes a carismáticos líderes políticos, para meritorio Master en cualquier prestigiosa universidad pública que se precie o se avenga a ello. Como diría nuestro querido Sancho: siempre habrá un roto para un descosido.

    Para terminar y ahorrarnos futuros debates estériles ruego me permita apostillar a su amigo: uno muere donde ha nacido su mujer, y punto… pelota.

    Sempre és un plaer gaudir de les seves… ensenyaments.

  • Reply Rosa 6 abril, 2018 at 9:07 am

    La subespecie «bífidus activos» es la más tocada de todos, a pesar de la fauna intestinal. Necesitan un buen trono en una casa estable para soltar lastre. ¡Cómo está el mundo! Habrá que irse de viaje. Gracias Homo C.

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