La bondad y/o maldad de la naturaleza humana ha sido siempre un tema estrella de los grandes pensadores universales. En pocas ocasiones se han dado opiniones tan enfrentadas como las de los filósofos Thomas Hobbes (1588-1679) y Jean-Jacques Rousseau (1712-1778). El filósofo inglés Hobbes era un pesimista de los pies a la cabeza y afirmaba que el hombre es egoísta y violento por naturaleza. «El hombre es un lobo para el hombre«; si acepta vivir en sociedad es porque le conviene disfrutar del bienestar que le confiere la seguridad del grupo. Hobbes estableció los cuatro principales motores de la violencia humana, que siguen siendo de enorme actualidad: la competición, la inseguridad, la gloria y la reputación, motivos por los que somos capaces de cometer las peores atrocidades hacia nuestros semejantes. En el otro extremo está Rousseau, padre de la Revolución francesa que afirmaba que «el hombre es bueno por naturaleza« y nace en una suerte de inocencia primitiva que nos remite a la fábula del buen salvaje. El problema es que la sociedad -a pesar de garantizar una serie de necesidades básicas- corrompe, envilece y envenena a los humanos. Según Rousseau, una vez que la persona abandona su estado de pureza original, ya no hay vuelta atrás. El ilustrado suizo no creía en la reinserción.
Reconozco que mi corazón tira más hacia la visión «flower-power» de Rousseau, pero hete aquí que un equipo de científicos españoles acaba de confirmar, casi cuatro siglos más tarde, las ideas del agorero Hobbes. La revista Nature publica recientemente los resultados de una concienzuda investigación que pretende determinar el origen y evolución de la denominada «violencia letal«, entendiendo este concepto como el porcentaje de mortalidad resultado de la violencia entre congéneres. El trabajo analiza meticulosamente la vileza de unas mil especies de mamíferos y el origen de la muerte en 600 poblaciones humanas prehistóricas. Como cabía esperar, las tasas de violencia letal son muy variables. La buena noticia es que, en el 60% de las especies de mamíferos no se reconoce este tipo de perversión; es decir, no se matan los unos a los otros. La mala noticia es que los humanos no estamos en ese grupo, sino más bien en el de los agresivos con sus semejantes. Así, los buenazos de los pangolines, las apacibles ballenas, e incluso los deslucidos murciélagos (por considerar tierra, mar y aire) carecen de instintos depredadores hacia sus congéneres; mientras que las hienas tienen un índice de violencia letal del 8%, y los perversos de los lemures hasta del 17% (la película «Madagascar» es más falsa que un duro sevillano). El animal que encabeza la lista, con apenas 8oo gramos de peso pero mucha mala uva concentrada, es la suricata, con valores del 20% en violencia letal.
¿Qué concluyen nuestros científicos sobre los humanos? Confirman que heredamos de los primates una propensión a la brutalidad que se cifra en un índice de violencia letal del 2%. Éste es el valor que corresponde al lugar que ocupamos en el árbol evolutivo, y coincide exactamente con el obtenido en los grupos humanos prehistóricos que habitaron en el ocaso del Pleistoceno (hace unos 10,000 años). Puede pues considerarse el 2% como el valor «natural» de la violencia letal en nuestra especie.
Ahora bien, los índices de este tipo de violencia han variado, y mucho, a lo largo de la historia de la humanidad. Además de otros factores, como la abundancia o falta de recursos, el nivel educativo etc., la violencia interpersonal está directamente relacionada con el tipo de organización sociopolítica. Aún albergamos las graves secuelas que nos dejó la primera mitad del siglo XX. Ni aún sumando todas las víctimas mortales de las catástrofes naturales (terremotos, tsunamis, inundaciones……) de los últimos mil años en la Tierra, se podrían alcanzar los 75 millones de muertes que causaron la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Durante este periodo, la violencia letal en el mundo alcanzó valores del 5%. Todavía nos estamos preguntando qué ocurrió exactamente en una sociedad que se pensaba culta y avanzada, qué tipo de engranajes malignos se confabularon para generar conductas más propias de las hienas.
Pero esta entrada pretende ser un guiño al optimismo y un canto al entusiasmo. Aún sabiendo que la paz no tiene hogar fijo, a pesar de los atentados diarios que acontecen en cualquier rincón del planeta, de las escenas cotidianas de la guerra en Siria, de las tremendas desigualdades sociales…… Y un sinfín de desgracias que percibimos en tiempo real, estamos viviendo la época más pacífica y próspera de la historia de la humanidad. Ya sé que cuesta creerlo, pero hay una serie de indicadores a escala mundial que muestran un escenario de paz como no se había conocido con anterioridad. Desde 1980, la mortalidad infantil en el mundo se ha dividido por cuatro, el analfabetismo por tres y la pobreza extrema se ha reducido una cuarta parte. Los niveles de violencia letal en estas primeras décadas del S.XXI no llegan al 0,6%. Con una especie de euforia contenida podemos afirmar que la bondad humana casi se ha cuadruplicado y que avanzamos por el buen camino.
Los datos de España son aún más halagüeños (véase a escala histórica). Jamás nuestro país vivió un periodo tan largo de paz como el actual. Somos el tercer país europeo con menor índice de criminalidad (después de Portugal y Grecia) y uno de los países menos violentos de la Tierra. Nuestra tasa anual de donaciones de órganos es la mayor del mundo (4,3 trasplantes por cada cien mil habitantes en 2016), superando con creces a la de homicidios (menos de un asesinato por cada cien mil habitantes en 2016). Para mayor fortuna, el ejército español se dedica en exclusiva a misiones humanitarias: «antes repartíamos hostias y ahora magdalenas«, dice un coronel del gremio. La legión está planteándose cambiar la cabra por el pangolín, que es mucho más original.
Este cambio en positivo no solo se debe a una indiscutible mejoría económica del país y a las nuevas normas de convivencia que trajo la democracia, sino también a los valores de solidaridad, generosidad, comprensión y valentía que supieron trasmitir aquéllos niños de la postguerra, que hoy son la generación del IMSERSO. Ellos no tuvieron una buena vida, pero sí supieron construir una vida buena.
La importancia de la posición del adjetivo.
Fotografía: «A magical moment» de Andrew MacConell. Josephine tocando el chelo en un barrio de chabolas en Kinsasa (República Democrática del Congo)
Bibliografía:
- Gómez, José María, Miguel Verdú, Adela González-Megías, and Marcos Méndez. ‘The Phylogenetic Roots of Human Lethal Violence’. Nature, 28 September 2016. doi:10.1038/nature19758.
- Libro: The better angels of our Nature: why violence has declined. Autor: Steven Pinker.
- Artículos de @laletradelaciencia relacionados: El algoritmo de la envidia
14 Comments
Excelente entrada, con tu permiso la comparto en mi facebook y en el divulgación de la ciencia:
LA VIDA BUENA.- Interesante entrada del blog que hace una amiga mía y que se centra en la importancia de tener una buena vida para la especie. Algunas especies se matan los unos a los otros, es la llamada violencia letal, una perversión que afecta al 40% de los mamíferos y los humanos somos una de ellas. El indice primitivo y natural se ha estimado en un 2%, pero en épocas como la segunda guerra mundial llego a subir al 5%, a valores típicos de las hienas. Ahora en lo que llevamos de siglo XXI estamos en el 0.6% y España representa un buen ejemplo de esto.
Rosa termina con este párrafo con el que no puedo estar más de acuerdo: «Este cambio en positivo no solo se debe a una indiscutible mejoría económica del país y a las nuevas normas de convivencia que trajo la democracia, sino también a los valores de solidaridad, generosidad, comprensión y valentía que supieron trasmitir aquéllos niños de la postguerra, que hoy son la generación del IMSERSO. — Ellos no tuvieron una buena vida, pero sí supieron construir una vida buena.–
La importancia de la colocación del adjetivo».
https://www.facebook.com/enrique.hernandeztorrego/posts/10208064214019648
https://www.facebook.com/groups/divulgaciondelaciencia/
Muchas gracias Enrique por compartirlo.
Tu resumen de la entrada es magnífico, directo a la esencia.
Un fuerte abrazo amigo
Lamento no ser tan optimista, Rosa, pero no creo que se pueda decir que la sociedad vaya a mejor.
Este tipo de afirmaciones me recuerdan a las que se hacen sobre la salida de la crisis económica. Ambas se basan en unos índices generales que no son para nada representativos de la realidad de muchísimas personas o sociedades locales. Lo que realmente sucede (no hay más que escuchar los noticiarios o leer la prensa cualquier día) es que se ha producido una clara diferenciación del mundo en dos extremos: el que tiene una buena vida y el que la tiene mala, con la destrucción del intermedio. Y claro, como el que la tiene buena es tan superbuena provoca que, aunque sea minoritario, eleva los índices estadísticos hasta conseguir falazmente un término medio «medio bueno», pero este parámetro es solo eso: un parámetro no representativo. Y esto vale tanto para la valoración de la evolución de las guerras en los países (hay tantos países en guerra actualmente que ya ni siquiera informan los medios), como para la valoración de la calidad de vida de los humanos (enormes diferencias entre los pocos que lo tienen todo y los muchos que apenas tienen nada), como para la calificación de la ética de las personas que, sinceramente, no creo que haya progresado para mejor. Por mucha buena gente que exista hay muchísimas más personas que con su insensibilidad e indiferencia ante las desgracias ajenas, cuando no con su cooperación activa a través de la codicia, envidia o, simplemente, con su voto, provocan que continúe o aumente la mala vida de los demás. Lo siento, pero no puedo ser optimista
Querido Ramón,
Tienes también mucha razón en tu análisis, y me parece magníficamente defendido, pero justo hoy he leído una noticia sobre Islandia, un país que contabiliza un homicidio ¡cada seis años! Pienso que es para celebrarlo.
Tú que trabajas también en riesgos geológicos sabemos que no hay ahora más terremotos que antes, ni erupciones volcánicas, ni tsunamis…. pero todos tenemos la percepción de lo contrario. Ello se debe a los medios de comunicación, y a lo rapidísimo que vuelan las noticias, las malas especialmente. Indudablemente que hay demasiados países en guerra, desigualdades sociales, injusticias, pobreza… pero quizás si nos llegaran también, con la misma rapidez e intensidad, los gestos buenos, las iniciativas de mejora de muchas comunidades, la generosidad y solidaridad de grandes colectivos, podríamos tener también una percepción más positiva de la realidad.
Un fuerte y afectuoso abrazo amigo
Querida amiga, Rosa:
Me ha gustado lo que he leído, como siempre impecablemente construido. Tocas un tema apasionante y digno de profundizar en el mismo, sí bien en este mundo actual y con la prisa que tenemos en consumir ( incluso y en ocasiones sin haber terminado el producto) dudo mucho que se le dedique tiempo para reforzar y buscar en nuestro interior la forma de dar solución a esa tendencia humana a «despanzurrar» a nuestros congéneres; su bien soy de la opinión( al igual que tu) de que hemos avanzado hacia mejor ( antes no solo se quitaba la vida al oponente, también nos lo comíamos)
En fin y termino, me ha gustado tu trabajo y como siempre he notado una notable progresión hacia mejor. Saludos quería amiga.
Gracias amigo Antonio. Comparto contigo lo apasionante del tema. Siempre ando dándole vueltas al asunto de la «conducta natural y la adquirida». La segunda sí está en nuestra mano. Por desgracia sabemos que la violencia corre sobre ruedas veloces, como los incendios. Cuando prende la mecha, es imparable. A ver si aprendemos de la historia.
Un abrazo siempre y un elogio esas palabras que vienen de un artista.
Amiga Rosa : Dado lo apasionante del tema, como tu dices «la conducta natural y la adquirida», he prestado un poquito mas de atención al asunto y te muestro algunas reflexiones sobre el mismo.-
Mis pensamientos estan en consonancia con las csracteristicas de estos dos pensadores (el jin y el yang ), pues como bien sabes no puedo olvidar mi tendencia a la filosofia oriental y entiendo que son necsarias las dos posiciones si bien en equilibrada armonia. Dicho esto te comento mi forma de ver el asunto y entiendo que me decanto al igual que tú por la segunda opción , la referente a que el hombre es un animal puro en su nacimiento es componente de una manada ( ojala hubiesemos nacido en una de lobos ) pues sostengo de momento la idea de que es esa manada la que cambia al «inocente por naturaleza» en un «violento letal» a veces yo diria un perverso letal» ( la figura del «cabronazi» aleman). Pienso que uno de los factores que incide en que esta manada modifique su tendencia en una u otra dirección es la de la falta de alimento; y esta falta de recursos que en la nturaleza se traduce por reducción automatica de los nacimientos y de la población , en la forma actual, se ha llegado a producir curiosamente mas de lo que necesitamos, pero no en beneficio de la totlidad mundia de esta manada , sino en beneficio de unos pocos, que inluso llegan a destruir el producto creado para no romper el mercado; hemos equivocado el objetivo.
Todo lo anteriormente manifetasdo nos induce a pensar en buscar una solución y la misma seria o podria ser ( una de tantas) el prestar mas antención a los individuos y aqui si que deberiamos de imitar a la manada lobuna, que bajo ningun motivo ( solo en casos muy excepcionales) llegan a quitar la vida a otro semejante. Existe lo que los psicologos definen como «minorias amorosas» ( de hecho la evolución de los primates , un grupo muy especial de esos primates los bonobos) modificaron su conducta a base de ser amororsos. Y es así (siendo amororsos) como se podria modificar la sociedad para que no trnasformase al individuo en un ser negativo, violento y egoista.
Eso Antonio, nos podemos convertir en minorías amorosas e intentar contagiar a nuestro alrededor. Rudyard Kipling salva a Mowgli al ponerle al cuidado de una manad de lobos. Los leones, tigres, lobos y otros animales considerados feroces tienen índices de violencia letal más bajos que los nuestros.
Gracias por tus reflexiones.
Un análisis muy esclarecedor: partiendo de la filosofía (Hobbes y Rousseau) nos has paseado por la biología evolutiva (Gómez y colegas) para acabar en la sociología y la historia reciente. Gracias por estas ideas para pensar y enhorabuena por el artículo.
(Por cierto, me ha hecho mucha gracia eso de «más falso que un duro sevillano»; lo incorporaré a mi repertorio).
Gracias Joaquín por tan bellas palabras. Pues el dicho «más falso que un duro sevillano» viene a raíz de un decreto real de 1876 que obligó a acuñar los duros en plata. Lógicamente se puso en marcha la picaresca española, y empezaron a aparecer duros falsos en metales menos nobles. Parece que el inductor de tales falsificaciones fue un noble sevillano, y Sevilla la ciudad donde proliferaron los famosos «duros sevillanos», que quedaron en el gracejo popular.
Un fuerte abrazo
Estimada bloguera, nada tan clarificador sobre la interpretación de los sintagmas que usted plantea (buena vida versus vida buena) como la fotografía que acompaña a su sesuda y peliaguda entrada relativa a la “violencia letal”. Aprovechando la definición que sobre el concepto de sintagma nos facilita la Real Academia de la Lengua (m. Gram. Palabra o conjunto de palabras que se articula en torno a un núcleo y que puede ejercer alguna función sintáctica), me atrevo a afirmar que la exótica, extasiada y parece que feliz concertista representaría con su actitud el núcleo en torno al cual la pobreza y el caos que parecen coexistir a su alrededor, que podrían considerarse como posibles amenazas desencadenantes de la temida “violencia letal”, se difuminarían gracias a la función “empática” que tal acción melómana desarrollaría sobre los demás. Ya se sabe aquello de que la música amansa a las fieras, sí, por muy lémures y suricatas que sean. Serían evidentes pues las ventajas de procurar adoptar la visión “flower-power” de la vida que nos proponía el ingenuo de Rosseau. Aunque visto cómo terminó aquello de la Revolución, habrá que dudar si supo explicarse de forma convincente. En su defensa podríamos aportar que en aquellos momentos no disponía de los datos de la concienzuda investigación de Nature.
Un plaer poder seguir aprenent de les seves entrades. El seu més devot seguidor.
Querido canijudiensis,
Feliz año y gracias por su fidelidad en estas páginas.
Siempre encuentra un plus a mis entradas que yo no había percibido antes, como la fotografía de entrada en el sentido de «la música amansa las fieras». No obstante, le invito a leer sobre las suricatas, pequeñas pero matonas, que no se dejan amilanar por las melodías ambientales. Sigo estando más cerca de Rousseau.
Gracias siempre
Querida Rosa, una vez más enhorabuena por este estupendo artículo, con el que disfruto, reflexiono y me planteo o replanteo cosas, aprendo cosas nuevas y me motiva.
Este es un tema fundamental que a mí, personalmente, me apasiona, visto desde las diferentes perspectivas y disciplinas.
Reconozco que mi postura se decanta hacia Rousseau y la naturaleza buena del ser humano, que conforme crece en sociedad va perdiendo o transformando. Defender esta postura me ha llevado a no pocas discusiones (en el buen sentido de la palabra) con mi Jesús, que se sitúa en lo contrario… y en esas seguimos, porque ninguno de los dos se «baja del burro», que de cabezonería también tiene bastante nuestra especie humana (un tema éste quizás para otro artículo o para una serie de ellos, algo así como » las cualidades innatas de todo ser humano» jeje).
En fin, un placer leerte nuevamente, y hasta la próxima, un abrazo. 🙂
Veo que eres «flower-power» como yo, y más afín a Rousseau . Tu Jesús es más pesimista y más desconfiado del género humano. Pero qué sano es tener opiniones diferentes y tener el placer de discutirlas. Enriquece mucho tener una pareja con otro punto de vista: despierta el baile de neuronas y la curiosidad.
El tema de la cabezonería me apasiona, y desde luego me lo apunto para un futuro próximo. Tiene para sacarle punta….
Un fuerte abrazo y gracias por tu complicidad.