Admiro muchísimo a esas personas que tienen el don de poseer un humor fino, elegante, sagaz e inteligente. Generalmente son personajes discretos, sencillos y con un corazón generoso que, con tan solo una mueca, consiguen que todos los presentes se revuelquen de risa. En situaciones complicadas, cuando nadie se atreve a expresar esos pensamientos comunes que se atragantan, ellos son capaces de soltar la frase jocosa y ocurrente que rompe la tensión, libera las emociones negativas y despierta la carcajada.
Definir la inteligencia es una tarea complicada; unos dirán que es la capacidad de resolver ecuaciones de tercer grado y otros que saber consolar a un amigo, pero todos estaremos de acuerdo que existe una relación proporcional entre la inteligencia de una persona y la calidad de su sentido del humor. Esta concordancia es aún más notoria cuando manifestamos la capacidad de reírnos de nosotros mismos. «¿Qué locura o desatino me lleva a contar las faltas ajenas teniendo tanto que decir de las mías?», apuntilla El Quijote. Convertir a la primera persona del singular en objeto de burla, y sacar a relucir con gracia los defectos propios, es un arte que practican únicamente los sabios. Repase sus acciones recientes y encontrará una regla infalible: haga lo que haga, diga lo que diga, y se vista como se vista, siempre habrá alguien que le pondrá un pero. ¿Por qué no adelantarse y colocarse las faltas uno mismo con una chispa de humor?
Cuando yo era pequeña teníamos una compañera en el colegio con un físico muy poco agraciado, por decirlo finamente. La chiquilla tenía todas las papeletas para ser carne de cañón de esa crueldad primitiva que practican los niños. Sin embargo, era la más popular de la clase; siempre salía elegida como delegada de curso y cada día nos disputábamos estar en su equipo durante el recreo. Sabía reírse de sus orejas de soplillo, de una nariz de caballete que daba origen a su mote, y de unos ojos saltones que miraban, uno para Murcia y otro para Badajoz. Hacía chistes de su propia fealdad con tanta gracia que conseguía eliminar de un plumazo sus posibles complejos y, de camino, relativizar los de los demás. Hace algunos años coincidimos en el vestíbulo de un hotel de Barcelona. Iba divina de la muerte, vestida de boutique francesa y con un marido igualito que Paul Newman en sus tiempos mozos. La Tucana: más lista y no nace.
La antítesis del cómico discreto, agudo y refinado es «el graciosillo«, ese personaje cansino que siempre ha de ser el centro de atención y requiere el protagonismo en cualquier tipo de fiesta (también es el muerto en el entierro). Suele tener un buen repertorio de chistes y chascarrillos que repite continuamente y, generalmente, hace gala de una burla soez y chabacana. No tiene ningún reparo en reírse de las desgracias ajenas; ahora bien, si se le ocurre a usted hacerle una broma o dirigirle un comentario sarcástico: ¡dese por muerto! El graciosillo carece completamente de sentido del humor y deberíamos estar protegidos de su tiranía mediante un artículo específico en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
En otra categoría están los «sosos entrañables», con los que me solidarizo. No es que no tengan sentido del humor, es que no saben expresarlo. Se trata de tímidos afectuosos que son capaces de pasar varias horas en un rincón partiéndose de risa; se saben al dedillo los diálogos de La vida de Brian y reponen una y otra vez en su ordenador los números de Les Luthiers. El día que los sosos se desinhiben, la lían parda.
En el top ten de los desaboridos, pero con malas pulgas, están «los siesos»; término muy andaluz que toma el nombre de una parte del cuerpo humano que no voy a referir. El sieso consigue sabotear cualquier situación donde los demás se están divirtiendo; tienen una varita negra que rompe la magia de los momentos felices. Voy a resumir la opinión que me inspiran los siesos en una sola frase exclamativa: ¡que les aguante su madre!
El sentido de lo cómico es una facultad muy diferente en cada uno de nosotros. Personalmente me reconozco como «sosilla tirando a desabrida«, y soy consciente de la distancia que pongo en aquellos ambientes donde no me acabo de ubicar. Como autocrítica diré que tengo grandes ausencias (así lo llaman mis amigos); son momentos que entro en el mundo de mis pensamientos y lo demás no existe. Estas ligerezas mentales me llevan en ocasiones a protagonizar momentos cómicos que rayan la tragedia; son mis tragicomedias particulares de las que no me siento nada orgullosa. He aquí algunos ejemplos:
- Un día me dejé a la hija de una amiga dormida y olvidada en el cine. Había pasado más de una hora cuando me di cuenta de la ausencia y salí disparada de vuelta al cine con el corazón en un puño: la pobrecita seguía allí soñando, hecha un ovillo en su asiento y arrullada por los diálogos de la siguiente sesión. Su madre dejó de hablarme durante una larga temporada (con toda la razón del mundo).
- Una noche veraniega me caí con el coche lleno de niños en un grandioso agujero en mitad del campo. Vino a rescatarnos un señor admirable disfrazado de Mamachicho con pelucón. Parece el teatro del absurdo, pero fue una realidad.
- Mis hijas no olvidan el día que les vestí de gitanas (con flores en el pelo y todo) para una fiesta de Halloween; tenían cinco años, pero los reproches aún perduran.
- La última que lié recientemente, en uno de esos momentos de levedad cognitiva, fue lanzarme contra un grupo de alemanes en el aeropuerto de Palma. Me subí en lo alto de una rampa a un carrito pequeño del equipaje y dejé que la gravedad hiciera el resto. Fue un acto inconsciente rememorativo de tiempos más ágiles. Me comí literalmente la puerta de embarque a Düsseldorf. Me da vergüenza relatar las piruetas que dio mi cuerpo (con el carrito) antes de tomar tierra; solo puedo decir que la mayor magulladura fue en el amor propio; sufrí con resignación europeísta la dureza de la denominada «risa de castigo«.
….. Anécdotas lastimosas donde queda bien patente que el ridículo también hay que trabajarlo.
El humor consigue alejarnos de lo rutinario y encontrar refugios insospechados dentro de nosotros mismos. Puede tener muchos matices, pero siempre cura y repara; tiene el grandioso poder de dar la vuelta a cualquier situación. Es un antídoto contra la rigidez de las ideas y un revulsivo para la estupidez. La mejor prueba de sus beneficios es que tanto los sátrapas, como las doctrinas y regímenes opresivos, lo han prohibido siempre.
La fotografía de la entrada quedó finalista en un concurso organizado por National Geographic en 2012 para retratar «La vida en un pueblo». Cada abuelilla ríe a su manera pero hay una especie de complot entre las tres mujeres. El humor siempre despierta alianzas.
Foto: «Carcajadas». Autor: Xacobecasal. National Geographic.
24 Comments
Siempre leo con agrado sus comentarios y este del humor me perece genial. Saludos
Gracias Edwin,
El sentido del humor (del bueno) es algo que deberíamos cultivar y practicar cada día; y reírnos más de nuestros defectos y meteduras de pata.
Un fuerte abrazo, me alegra muchísimo saber que me lees.
Rosa
El humor siempre es un signo de inteligencia emocional, infravalorada en comparación con las demás inteligencias en nuestra sociedad productiva y eficientista. Muy buena la clasificación.
Pues tienes toda la razón Paqui. El sentido del humor, y de lo cómico, está poco valorado y es capaz de resolver grandes problemas y conflictos. Humor, amor y rigor…….. tres comportamientos que deberíamos aplicar todos los días.
Un beso lindo para ti.
Rosa
Es un verdadeto placer leer tus escritos, y en este te has pasao de » gueno» que te ha quedao y dado que no soy critico literario, te dare mi opinion de algo que si entiendo y es de vinos( pues practico haciendolos y degustandolos) .- Te dire que has conseguido pasar a la fase de crianza ( este vino merece ya ser distinguido ) y espero que nunca pases a la fase de reserva o por lo mmenos que tardes mucho en llegar ; para asi poder beberlo muchas veces, pues soy de la opinion que el vino y la escritura es para leerlo muchas veces.
Enhorabuena y felicidades por tan alegre y chispeante relato . Un abrazo.
Sosilla tirando a desabrida? Anda ya!! Si, además de admirarme tu capacidad literaria como siempre, esta vez me has hecho reir! Wso no lo consigue una sosilla, no!
Jajaja. Sí, soy sosilla de verdad. Ahora, si te he hecho reír un poco, objetivo cumplido con esta entrada.
Gracias y mucha suerte con tu libro recién salido del horno. Un fuerte abrazo
Gracias Antonio. Genial tu comparación con los vinos y me alegra mucho que consideres estoy en la fase de crianza (yo pienso que aún soy un tempranillo). Tú bien sabes que en el vino y la literatura hay que trabajar a fondo. Gracias siempre!!!!!
Muy cierto lo que dices, si bien he de comentarte que el buen vino comienza con la tierra en donde se cria la cepa, y durante todo el año esta cepa y su cuidado ( trabajo diario) será la que marque las bondades del futuro vino, pues he de comentarte que el hacer vino es en primer lugar una ciencia , pero con el añadido del arte que se pone en hacerlo. No se si me explico. . Un abrazo
Mamá, te has olvidado contar el día que nos metiste también con el coche en un deslizamiento, que estuvimos a punto de pasar allí la noche atrapados. En el pueblo de tu amiga Isabel. Y la de retrovisores que te has llevado por delante este verano en Inglaterra.
Calla, calla, que me quitan el carnet y me mandan a una asistente social. Lo del deslizamiento cumplió al pie de la letra eso de: en casa del herrero, cuchillo de palo.
Gracias hija
Muy buen relato… y ! muy buena foto! Cómo la complicidad es fundamental, y si, menos mal de éstos momentos, la lástima es que no lo hagamos mucho mas….
La clasificación es muy buena por haberla hecha una sosilla tirando a desabrida, jajaja… Genial
Gracias Montse,
Esa complicidad risueña es la que siento cuando estoy con vosotros en los veranillos mallorquines bajo la parra de Joan, en los que nos reímos de todo. Un beso enorme de la «sosilla»
Rosa, que quieres que te diga, las tragicomedias son patrimonio de todos, a todos nos ocurren pero a veces es mejor usarlas para que no vuelvan a ocurrirte, ahí van un par de ellas. El calambrazo del pastor eléctrico en la huerta arrancando hierbas es un clásico, por 3 veces me ha pasado, no te digo el salto que pegas cuando 36000 voltios te atraviesan por décimas de segundo y lo que duele, la última vez estuve doliéndome una semana. El otro es de un día en la Casa de Campo que fui a dar un gran salto en bici de montaña frente a mis amigos y calcule mal de modo que hice no se que pirueta que gire 180º en el aire, quedándome con la cabeza hacia abajo y el galletazo con el casco, espalda y todo lo demás fue de los de época. Pero lo que más me dolió en aquel momento fue que mis amigos lo presenciaran, …Y se descojonaron como no, no era para menos, menudo castañazo me di. Eso si tarde en levantarme una fracción de segundo, pero luego tuve que volver a sentarme del dolor al recoger la bici… ahí queda. Un fuerte abrazo y muchos recuerdos a Benito y a Gillermo, Julia y Teresa.
PD: Al leer el comentario de Teresa del deslizamiento casi me da algo del ataque de risa que me ha dado imaginando la escena, gracias a las dos por ese momento entre tanta dureza de la vida. Y ya puestos me salio este post.
Sí Enrique,
Tú también eres de los que la lían parda; muy atrevido siempre. Algunos tenemos más tragicomedias por ese gen impulsivo, no nos paramos a pensar. Un abrazo enorme para toda la familia.
HUMOR OTOÑAL
Hola a todos. Nuestra querida Rosa María ha abierto el baúl de los recuerdos de sus “grandes ausencias” o “ligerezas mentales”. Ya que su modestia no le ha permitido explayarse más en el asunto, y aprovechando que ahora ni nos ve ni escucha, quisiera seguir aportando anécdotas a su curriculum…
• En uno de nuestros frecuentes viajes en avión de Mallorca a la Península, viajábamos en esa ocasión con nuestros tres hijos: Guille de cuatro años y las mellizas Julia y Teresa de un año. Cargando además, como ya podrán imaginarse, con toda la parafernalia e impedimenta asociada a este tipo de viajes con niños pequeños: carritos, maletas, maletines, bolsas de pañales, de juguetes, abrigos, etc. Me las veía y deseaba para poder encajarlo todo en un carro del aeropuerto mientras les echaba un ojo a los tres retoños. Entonces Rosa, con esa determinación que le caracteriza cuando se pone en acción, agarró su abrigo y su bufanda de encima de todos los bultos y me espetó cariñosamente: “No lo vas a llevar tú todo”. Se lo agradecí de todo corazón.
• En otra ocasión nuestra “Dora la exploradora” particular, como con cariñosa malicia le llaman sus adorables mellizas, organizó una excursión por Castril, en las inmediaciones de Cazorla, para ir a visitar el nacimiento de aún hoy en día no sabemos con certeza qué río o arroyuelo. Para tal evento convocó a su variopinto grupo de amistades mallorquinas, incluyendo gentes de toda edad y condición. Gozosos nos desplazamos en nuestros coches al punto de partida del itinerario previamente marcado por nuestra experta guía. Iniciada la ruta y antes de que pudiéramos darnos cuenta “Dora” había desaparecido de nuestra vista y no tuvimos más remedio que, desangelados, tirar todos “palante” hacia destino incierto. Pasaban las horas y los kilómetros y en el ya desperdigado y agotado grupo de excursionistas empezó a cundir el desánimo. Quiso la fortuna que en nuestro camino se apareciese una fonda en la que, no sin gran esfuerzo, conseguimos todos reagruparnos y reponer las fuerzas ya exhaustas. Al cabo de las horas regresó lozana nuestra querida guía preguntándonos, como si tal cosa: “¿Pero dónde os habéis metido?”. Ahí fue el acabose y hasta una de sus mejores amigas le espetó: Rosita, que sepas que no tienes empatía ninguna. Certifico que a la pobrecilla esto le dolió mucho. Menos mal que no oyó el resto de comentarios…
• El verano pasado estuvo, con las mellizas y una de sus amiguitas, de viaje por Plymouth en Inglaterra. A pesar de no ver casi el sol en toda su estadía, se lo pasaron muy bien disfrutando de la british idiosincrasia. Aunque si se descuidan un poco no hubieran podido salir de allí porque les pilló el referéndum del Brexit: llegaron como comunitarios y salieron como extranjeros. De lo que más alardeó Rosa fue de su rápida adaptación a la conducción británica por la izquierda. Sus adorables mellizas, sí otra vez ellas, me confesaron más tarde que un día empezaron a preocuparse seriamente cuando en Plymouth comenzó a circular el rumor de que se había desatado una inaudita ola de vandalismo encaminada a destrozar los retrovisores de los automóviles aparcados por la zona. Sin más comentarios.
Rosa, si algún día llegas a leer esto (glups!), no te ofusques… y recuerda que yo también te quiero mucho.
PD. Confieso que también por estas anécdotas tiene la rara “habilis” de hacerse querer.
Está sembrado mi santo, y las que te guardas en la manga….
Me alegro que este «desnudo integral» te haya animado a estar presente en el blog, ¡con todas las cosas que tienes que decir!
Estoy feliz que Les Luthiers…..te hayan dejado un rato para la escritura.
Estimada bloguera. Muy divertida su entrada. He disfrutado de las narraciones de sus ausencias o ligerezas, tan bien complementadas por su “santo” esposo y querido amigo. Cierto que no hay nada tan difícil, pero a la vez gratificante, que el saber reírse de uno mismo. Le felicito por ello.
Sempre als seus peus.
PD. Benvolgut Benito, crec que no cal recordar-te que a casa meva sempre hi haurà un sofà lliure per a tu. Sort.
Reírse de uno mismo debería estar en la dieta mediterránea por sus bondades con la salud. Gracias siempre, y me alegro que mi «Santo» cuente con un sofá en su casa. Después de su comentario……lo va a necesitar.
Querida Rosa , vuelvo tras el verano a compartir un comentario tras esta entrada a modo de popurri de anécdotas, emociones, reflexiones y manual de autoayuda …. ja, ja, ja ….. ¡Qué buen rato he pasado! Se agradece.
He comprobado también como aprovecha la familia más cercana para meter el dedillo y engordar la leyenda, esa es la verdadera prueba de fuego, ser capaz de reírse de las manías y despistes del día a día con las personas que convives a diario.
Por mi parte siempre recuerdo la ocasión en que íbamos tu y yo charlando en un coche camino de «Bajo de Guía» en Sanlúcar de Barrameda. Seguíamos a Benito que iba delante en otro coche. Empezaba a hacerse largo el camino y comenzamos a pensar que Benito se había perdido y no sabía donde iba. Nuestra sorpresa fue cuando el coche, después de un buen rato, se paro ante un chalet y salió del coche un tío muy alto y negro como un tizón………nos dio un ataque de risa de los que no se olvidan…….aún me pregunto en que momento empezamos a seguir a otro.
Muchos besos
¡¡¡¡Bienvenido de vuelta Yiyo!!!!
Sí, contigo también tenemos algunas anécdotas de despistes; la del negro fue muy buena, la misma tarde que me clavé la cucharilla del helado en el paladar y ninguno me asistió, del ataque de risa que os entró a todos………me acuerdo, me acuerdo. Vaya panda que estamos hechos.
Un beso grande
Rosa, qué grato leerle y también los comentarios de los otros lectores. A propósito de su última aventurilla mencionada, la del aeropuerto, he recordado aquel «audaz» film de Lars Von Trier titulado «Los idiotas», si usted no la ha visto se lo recomiendo muchísimo. Es una suerte de experimento fílmico sobre el también experimento de un grupo de amigos que fingen ser idiotas para desternillarse de risa ante las sociedad y ante sí mismos, de sus propias locuras y atrevimientos, porque así es la vida: una locura, una broma pesada que no conviene tomarse demasiado en serio; y en la medida de lo posible mejor uno hacer burla de ella… antes que ella nos agarre de los cojones y nos revuelque y medio mate con sus innumerables crueldades. Un abrazo Rosa.
Me he reído mucho al leerle y voy a buscar esa película sin falta. Eso es, reírse de uno mismo siempre y no tomarse la vida demasiado en serio, lo justo y necesario nada más.
Gracias Luis por este alegre comentario y reflexiones.
Jaja y jajajá. Con que sosilla!! Si ya nos conocemos…pasaear contigo por el monte es pura aventura. Te acuerdas cuando se nos apareció Jesucristo en forma de un «buen hombre» y nos indicó el camino de vuelta salvando así a nuestros retoños de despeñarse «seguro..seguro»… y que guapo era el Jesucristo granaino ese!!!
Me lo he pasado genial con las aporyaciones de familia y amigos. No cambies!!!!!
La cuñá
Ja,ja,ja. Claro que me acuerdo de Jesucristo superstar, fue una aparición gloriosa. Los sobrinos aún recuerdan la aventura. Según uno de ellos «íbamos a una muerte segura». Mis hijas ya no se unen a ninguna de mis incursiones, por algo será. Gracias cuñaaa