Cajón "desastre"

Hacia la eternidad

3 febrero, 2017

«Operación Orbe dorado» es el nombre en clave que recibe la organización de la futura ceremonia de coronación del príncipe Carlos de Inglaterra. Según la prensa británica, ante la avanzada edad de la reina, ya se han realizado varios ensayos con dobles de los Príncipes de Gales, y los asientos de los invitados están adjudicados y sorteados desde hace tiempo. Los británicos no dejan nada al azar y desconocen el significado real del verbo «improvisar«, lo contrario que los españoles. No es en vano que gracias al protocolo, el ceremonial, los símbolos y el estricto cumplimiento de las formas y las normas, la monarquía británica haya perdurado tantos siglos y sea una de las más viejas del mundo. Ellos le dan la vuelta a la frase de Maquiavelo: los medios justifican el fin. Pero Elisabeth II no tiene ninguna intención de marcharse al otro barrio, y lo entiendo. Con lo que le cuesta a una mujer llegar a ser reina, hay que apurar hasta el último aliento, y ella ya lleva 65 abriles respirando sobre el trono. ¿Qué mayor erótica del poder que aparecer cada año en la Abadía de Westminster, en la mismísima Cámara de los Lores, arrastrando una capa de armiño y coronada con zafiros? Ni loca me moría yo.

La solemnidad en las celebraciones es un ingrediente imprescindible para garantizar la continuidad de una institución y el inmovilismo de sus privilegios. Si hay que resaltar una ceremonia solemne y magistral, jamás superada por el imaginario del cine, ésta sería el cónclave de la Iglesia católica para elegir al Sumo Pontífice. Este rito centenario donde los príncipes de la Iglesia se reúnen «bajo llave» (cum clavis) en la Capilla Sixtina, ataviados con sus maravillosos trajes litúrgicos y capelados de púrpura bajo los frescos de Miguel Ángel, no tiene parangón. Jamás se ha podido captar una imagen del acto, y lo que allí acontece, desde que el más veterano de ellos formula el tradicional «extra omnes«1 hasta que se eleva la fumata blanca y se pronuncia el «Habemus Papam», queda únicamente en la memoria de los cardenales.

Desde el preciso momento que aquél mono se bajó del árbol y se juntó con otros cuantos para festejarlo, las ceremonias, con sus símbolos, liturgias y rituales, vienen dando contenido a nuestras vidas y marcan ese calendario interno de la propia existencia. Esto es así en cualquier rincón y cultura del mundo. Dicen los antropólogos que las ceremonias son una actividad social de primera necesidad, ya que refuerzan dos pilares fundamentales de la condición humana: la pertenencia al grupo y la demostración de poder.

El primer estribo es contundente. Asistir a una ceremonia puede ser un auténtico latazo, pero que no te inviten es una tragedia; te sientes excluido de la manada y eso conlleva un agravio difícil de perdonar. Ésta es una de las causas principales de rupturas entre amistades y un alimento añadido a las rencillas familiares, discordias que pueden llegar incluso a prolongarse generación tras generación. Algunos, por asistir a una boda, matan. Pienso que asumir desde bien pequeños y con normalidad que, en muchas ocasiones, no contarán con nosotros para el baile, es una tarea educativa fundamental que nos ahorraría muchos sufrimientos. Tenemos que aceptar el «extra omnes» también en la vida laica. No vamos por el buen camino, solo hay que ver los tremendos conflictos que generan los cumpleaños infantiles en los malditos grupos de WhatsApp de padres. Dice una amiga mía que cada vez que le evitamos un trauma a un chiquillo, se forja un tonto más.

El segundo pilar es indiscutible: las ceremonias ofrecen el marco ideal para demostrar el poderío, la tribuna perfecta para extender las plumas de pavo real. Por propia experiencia conozco que lo más difícil en la organización de un congreso o jornada científica es elegir a las personas que darán las conferencias plenarias, o subirán a la mesa presidencial durante las ceremonias de inauguración y clausura. Esos pequeños momentos de gloria son trascendentales en el mundo académico y es nuestra única oportunidad de sacar a relucir ese ego inflado que también llevamos dentro (me incluyo). A veces, los actos institucionales, culturales, académicos, políticos etc., pueden resultar agotadores porque algunos disertadores llegan a tomar de rehenes a los presentes; se escuchan tanto a sí mismos que dejan al público con la tradicional postura «Lina Morgan», con una pierna fuera de la silla para salir corriendo al menor descuido. Como norma general, la duración de la intervención de una persona en cualquier ceremonial es indirectamente proporcional a su sabiduría. Mi consejo es: colóquese siempre cerca de una puerta.

Las ceremonias que (a mi juicio) perduran en el dulce recuerdo son aquéllas donde todos parecen lo que son, y se crea ese ambiente mágico donde puedes bailar Paquito el Chocolatero, o lo que se tercie, sin ninguna sensación de hacer el ridículo. Celebraciones donde tienes la certeza que los demás también han recorrido largos kilómetros porque tú estarás. Sin embargo, qué mal sabor de boca dejan aquéllas otras donde has sentido la soledad de las conversaciones banales, el frío deambular con una copa en la mano sin encontrar un cómplice con quién compartirla y esa necesidad de agradar a todo el mundo fingiendo una sonrisa. En ocasiones, aunque los canapés sean de diseño, el marco incomparable y los anfitriones hayan tirado la casa por la ventana, no tendrías que haber ido. Atreverse a decir «no, gracias«, e importarte un bledo los pilares -uno y dos- de la antropología social, es una de las tareas más difíciles de aprender en la vida.

Después de tanto sarao, gran paradoja, nos perdemos la celebración más importante de todas, la ceremonia donde uno es el rey, el protagonista absoluto, y donde ya no tienes necesidad alguna de fingir. En ese acto comunitario de despedida, iniciamos el despegue en solitario de un vuelo hacia la eternidad.

¡Larga vida a la reina!

 

1 «Extra omnes»: fuera todos

© Fotografía: Stefano Relladini

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10 Comments

  • Reply Antonio R. Parrilla Muñoz 4 febrero, 2017 at 12:11 am

    Querida amiga Rosa, tocas un tema muy de actualidad y con gran acierto, pues ultimmente parece que más que un homo sapiens, somos un homo ceremonioso, pues no sé como nos hemos apañado que todo es una pura ceremonia, hasta el acto mas descabellado que podamos imaginar, la lista seria interminable y por ello no cito ninguna «ceremonia» de las actuales, se nos fue la pelota. Antiguamente las ceremonias tenian como bien apuntas, su significado ( como las ferias) hoy lo han perdido en su mayoria pues tanto celebramos que se nos ha olvidado el verdadero significado.

    Muy bueno tu pensamiento final, sobre la referencia a la ultima ceremonia, la cual perdemos por circunstancias ajenas a nuestra voluntad, je je . no se porqué me ha recordado un entierro al cual asistí de muchacho y junto al feretro y antes de lapidarlo, un familiar pronunció unas palabras a modo de despedida al protagonista principal y de pronto y como si hubiese advertido que no podia oirlas, cambio su panegiríca por una filipica y la emprendió con los asistentes y acompañantes y poco menos que nos mandó a hacer puñetas a todos, jajaja, recuerdo la expresión de algunos al recibir sus agudas descargas. Bueno cosas de los humanos .

    Retomando tu escrito, decirte que me has dejado con la miel en la boca y me hubiese gustado un poquito mas , pero bueno en otra ocsión será.

  • Reply Rosa María Mateos Ruiz 4 febrero, 2017 at 9:27 am

    Fantástico ese homo ceremonioso. Bien cierto que hoy celebramos cualquier cosa, y eso le va quitando lustre a las realmente importantes. Has iniciado una nueva línea que quedará en el tintero para volver a desarrollar el tema en otra ocasión con mayor contenido. Muy buena tu anécdota del entierro. Otro hilo del que tirar: anecdotario ceremonial.
    Gracias siempre amigo.

  • Reply HOMO SAPIENS "CANIJUDIENSIS" 6 febrero, 2017 at 8:33 pm

    Estimada bloguera, me temo que acaba usted de darnos donde más nos duele: la insoportable soledad del ser sencillamente naturales.
    Cada vez que sobre el horizonte se avecina algún evento ceremonial (bautizos, cumpleaños, puestas de largo, tesinas, bodas, jubilaciones…) oigo siempre la misma cantinela: ¡A quién no le gusta que le inviten! Pues mire usted por dónde me ofrezco yo de voluntario. ¡Claro, es que contigo ya se sabe! ¡Eres un tipo rarito bastante poco sociable! No se lo voy a negar, siempre (¿siempre?) es agradable que se acuerden de uno, pero quizás lo que pueda ocurrir es que mi concepto de «sociabilizarse» sea, simplemente, diferente.
    Pero al igual que te digo una cosa te digo la otra, y como tan sabiamente apunta nuestra querida Rosa María, reconozco que lo que triunfa en las ceremonias es la pompa, el boato, la apariencia… el postureo, vamos. La sencillez y naturalidad, si brillan por algo, es por su ausencia. Me permito corregirla y añado que los eventos sociales que seguramente llenarán nuestra mochila de duraderos recuerdos emotivos serán aquellos en los que los participantes se mostraron tal cual son. Con sus virtudes y defectos, pero con la alegría de la autenticidad de los momentos compartidos y soledades acompañadas.
    Ya que estamos le propondría, para poder seguir debatiendo sobre estos asuntos, la creación del grupo de WhatsApp: ¡Anda que ya le vale a éste, mira tú que no invitarnos a su viaje hacia la eternidad!
    Estic com sempre rendit als seus peus, gaudint dels seus relats i reflexions.

    • Reply Rosa María Mateos Ruiz 7 febrero, 2017 at 9:16 am

      Gracias Canujidensis.
      No, un grupo más de WhattsApp ¡no! que algunos querrán ser también el muerto en el entierro. Bien cierto que es difícil ser natural y que el postureo se va imponiendo cada vez más, pero aún hay ceremonias que uno siente ese acompañamiento de la sencillez. Sin ir más lejos, el verano pasado se casó un sobrino mio y fue una ceremonia entrañable, en mitad del campo, y donde se generó ese ambiente mágico del que hablo en la entrada. Descubrí, entre otras cosas, que mi hijo es un Travolta discotequero; ese mallorquín pelirrojo que tan bien conoces se desató en la pista dominando todas las disciplinas.
      A veces, hay que salir de la propia isla, y va sin indirectas.
      Un abrazo.

  • Reply Jorge Quinteros 9 febrero, 2017 at 1:39 pm

    Si, descubrí que las ceremonias y rituales estan en muchas partes y ocasiones, siendo más propias de nuestra especie humana que de otra. Creo son una forma de autoestimulo para darse esperanza, motivación, demostrar y mostrar. Algunos son interesantes y cumplen su proposito, otros son aburridos y hasta sin sentido. Me queda disfrutar los más que pueda a la mitad de mi espectativa de vida. Jajajaja

    • Reply Rosa María Mateos Ruiz 9 febrero, 2017 at 2:05 pm

      Pues tienes razón, a disfrutar todo lo que se pueda y a por esas ceremonias llenas de motivación. En resumen: disfrutar a tope antes de la ceremonia final.
      Gracias amigo.

  • Reply Yiyo 9 febrero, 2017 at 11:48 pm

    Me encanta Rosa cuando tus relatos, se transforman en mi interior en imágenes, en recuerdos, en dudas o reflexiones…..Pues si cuña, así somos y estas cosas nos pasan, queremos vivir nuestra vida pero sin alejarnos del linde que nos marcan las vidas de los demás, queremos que la vida nos sorprenda pero cada vez tenemos más programado cada minuto de nuestra existencia.
    Al igual que Isabel segunda, no tengo previsto dejar pronto este mundo, y como el poder y la figuración no forman parte de mis ansias, me centraré en ganar en naturalidad y en no contribuir, como dice tu amiga, a forjar tontos.
    Besos, y una vez más, gracias por estos relatos que me transportan y sorprenden una noche al mes,

  • Reply Rosa María Mateos Ruiz 10 febrero, 2017 at 8:26 am

    Pues sí, estamos en esa labor fundamental de potenciar los «traumas menores» en nuestros hijos, que no se vayan a creer la reina de Inglaterra. Que sepas, que yo hago muchos kilómetros por verte en cualquier sarao. Artista.

  • Reply Paisajes del Agua 18 febrero, 2017 at 8:32 pm

    A mí la ceremonia que me gusta es la del «mantelillo». Si no hay, no voy. Igual me pasa con las presentaciones de libros y con las conferencias de amigos, que si no hay ceremonia de agasajamiento cervecero, pues me lo pienso, o directamente no voy tampoco. En fin, soy un defensor de las ceremonias, de la tradición y, sobre todo, de la libertad de decidir si uno va o no. Esa entrada da para varias ediciones más

  • Reply Rosa María Mateos Ruiz 19 febrero, 2017 at 9:58 am

    Es que las ceremonias contigo y tu mantelillo son sagradas. No hay nada como compartir las viandas en el campo con un grupo de amigos y de manera distendida. La liturgia del mantelillo, querido Antonio, ya es una religión.
    Un abrazo

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