16 kilos de honor

Probablemente fue el regreso más duro de los conocidos en la historia de la Humanidad. Una vuelta a la patria sin la gloria esperada, vencidos por los noruegos y abatidos en una soledad glacial. Los miembros congelados, muertos de hambre, soportando terribles vientos y temperaturas extremas en una infinita llanura de hielo. Edward Wilson, jefe científico de la expedición, arrastró hasta el final los 16 kilos de rocas que había recogido en los escasos afloramientos antárticos. Sin fuerzas apenas para mantener su propio cuerpo, en una situación límite sin esperanza alguna, siguió adelante con su vocación de médico y naturalista, anteponiendo la Ciencia a su propia supervivencia.

Tuvo la generosidad de suministrar a sus compañeros la escasa morfina que le quedaba, en la fatídica noche que se abandonaron a la muerte. Encontraron meses después el cuerpo del capitán Scott abrazando el suyo, un gesto fraternal que define el último segundo de la vida de un antihéroe. El rey Jorge V se arrodilló en la Catedral de San Pablo durante el funeral, en homenaje a un puñado de hombres que pretendieron llegar los primeros al corazón del rincón más inhóspito del planeta.