Las mujeres de los hermanos Dalton dieron a luz el mismo día, y a la misma hora, a dos varones sanos y hermosos. No tuvieron otra ocurrencia que ponerles también el mismo nombre: George, en honor al rey anterior, que les había enviado un saco de trigo en los malos tiempos de la postguerra. George & George se criaron bajo las enseñanzas de sus hermanos mayores, unos rateros de poca monta que adiestraron a los pequeños para colarse por los butrones y robar la mercancía a la velocidad de un rayo.
Aquella mañana de domingo, los mini Dalton decidieron hacer la guerra por su cuenta. Escucharon un gran alboroto en el parque y se encaminaron entre la multitud hacia la rosaleda. Sobre un escenario adornado con guirnaldas, dos señoras muy cursis atendían el discurso de un caballero que se dirigía al público en un inglés incomprensible, demasiado fino para los dos granujas. Las damas, una más joven que la otra, tenían el dedo meñique levantado sobre los reposabrazos y unos ridículos sombreros encajados en la nuca a modo de casquete polar. Los Dalton, con la visión de un lince, localizaron los bolsos apoyados en la pata del sillón. ¡Esta es la nuestra! Dijeron.
Como un par de lagartijas, los primos se arrastraron por las tablas hasta llegar a los pies de las señoras; agarraron los bolsos y salieron disparados. Nadie se percató del hurto, porque una de las relamidas, la más joven, se levantó en ese momento para saludar a un público enloquecido.
George & George volvieron al barrio con el botín. No había ni un solo penique dentro, nada de valor, tan solo un papel doblado en cada bolso que ninguno de los dos sabía leer. Dedicaron el resto de la mañana a jugar por las calles, emulando ser dos amigas muy finolis que salían a tomar el té por Oxford Street. La señora Dalton y la señora Dalton, dos damas de la aristocracia inglesa con la cara llena de churretes y más remiendos que la capa de un fraile.
Después de comer, los niños cayeron rendidos. Una de las madres abrió el primer bolso y encontró una foto de Gary Cooper con una dedicatoria manuscrita que decía: to Elisabeth, with all my love, y un ridículo corazón dibujado al dorso. La segunda madre hizo otro tanto y halló una curiosa receta para preparar la mermelada de naranja con un buen chorreón de ginebra.
Mientras los dos primos dormían a pierna suelta, la Reina recorría muy nerviosa los pasillos de Buckingham. Había perdido el pequeño bolso con la foto de su amado en el interior. Si la comprometida dedicatoria llegaba a manos de la prensa, correrían ríos de tinta.
La Reina madre andaba más tranquila; se había tomado su cuarto lingotazo de ginebra cuando recordó que tenía que llamar a lady Orange para pedirle otra vez la receta de la mermelada.
Fotografía: ©Alina Holohan
9 Comments
Querida Rosa: eres magnifica con tus relatos cortos y no digamos con los largos. Has pintado a este par de churretosos Dalton como solo tu sabes hacerlo. Y no digamos a los dinosaurios con sombrero esperpéntico y bolso incluido. J a Ja Ja. : Felicidades por esta foto social tan graciosa y real como la vida misma.
La foto es muy simpática, con esos dos mocosos con los bolsitos. Los churretosos Dalton tenían para un buen relato. Gracias, amigo Antonio.
prima, es la alegría de la mañana leerte, tan risueña y taaan crítica. jaja, totalos los minidalton
Estamos necesitados de risas en estos momentos, y salir del monotema de los últimos 7 meses. La crítica que nunca falte.
Un abrazo grande, que voy pronto para Sa Roqueta.
Estimada bloguera, su fijación por las historias reales, o mejor dicho, por las historias de regios personajes; vaya, esto también podría resultar equívoco, digamos pues que las disparatadas aventuras que sufren los miembros de la realeza retratados en sus relatos no hacen más que confirmar que resultan tan poco divinos como el resto de los mortales. Eso sí, han sido concienzudamente educados, más si son británicos, para aguantar estoicamente los avatares que les va deparando el ingenio de su pluma.
Siempre he sostenido que si a cualquiera de mis hijos se le brindara la oportunidad de tan estricta y selecta formación, estarían tan bien cualificados como cualquiera de ellos para perpetrar el mismo tipo de hazañas… ¿Que las de los hermanos Dalton?
Enhorabona, un altre magnífic relat curt el seu. ¡Que no decaigui!
Siempre a sus pies de usted.
Sí, yo también quiero que mi hijo oposite a rey, pero por el momento no lo veo real, nunca mejor dicho. La realeza tiene mucha educación finolis, pero la endogamia está ahí, con su zarpa/tara genética y, contra la Naturaleza, no hay nada que hacer, aunque vayan a Oxford.
A sus pies, caballero
Ja, ja,, ja… Realezas aparte, en las que no quiero entrar, me parece una historia muy real, en su sentido más terrenal. Unas cuantas mujeres, de todas las edades cuando les sucedió, conozco que pasaron malos ratos por su descuido (o desidia, que de todo hubo) en la custodia del bien más preciado: el bolso donde se guardan todos los secretos. Si me permites, le dedico este tu relato (ahora nuestro, gracias a ti) a todas las que conozco, y las que no, que pasaron por ese trance: «es que me estorbaba y lo dejé en el suelo, junto a la silla», «es que lo dejé al cuidado de unos amigos mientras iba a por no-sé-qué», «es que estábamos todas las mamás de charleta en el cumple de los niños y vino un claval muy majo a darnos palique y mientras…»
Insisto, real como la vida misma. Espero ansioso la siguiente entrega, aunque cada vez te pones el listón más alto.
Muchas gracias, Rosa, y un fuerte abrazo en esta época en la que, a poco que nos descuidemos, vamos a tener que pedirle permiso al perro o al gato hasta para ir al baño (dentro de casa; fuera, ni por asomo). Si no fuera por tu humor, sería más difícil sobrellevarlo
Me he reído mucho con tu respuesta. Sí, la historia es «real» como la vida misma y aplaudo a los mini Dalton por su osadía con la realeza británica. ¡Qué tiempos estos! Amigo Pedro. Pero siempre nos queda el humor para sobrellevarlos mejor. Gracias.
Chaval, no claval. Que estos dedos cada día se portan peor…