De repente comprendí todo al bajar a la ciudad subterránea de Perugia. Vi la huella de los carros romanos sobre la calzada de piedra; dos líneas hundidas y separadas con la medida uniforme de aquéllas ruedas ribeteadas de metal, como un TALGO de la antigüedad.
Mi nuevo barrio es un entramado de oscuras callejuelas medievales que retienen la suciedad propia de lo viejo. Por cualquier rincón asoman los sillares etruscos y los cimientos romanos, donde se acopla lo posterior como un alegato a la línea invisible del tiempo.…