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Literatura

Bolero hindú

22 septiembre, 2016

 

Bombay, 4 de abril 2016

Querida madre:

Sé que llevo mucho tiempo sin contestar tus emails, pero la vida errante de periodista novato y humilde me lleva – cual vagabundo- por estas tierras orientales en busca de la noticia. Como un barquichuelo sin vela he seguido la línea imaginaria del Trópico de Cáncer hacia el oeste, donde el paralelo se sumerge en el mar Arábigo para hacerse realidad en esta magnífica ciudad donde se pierden las dimensiones del género humano. Bombay o Mumbai es otro universo que no se puede abarcar con tan solo cinco sentidos: huele, suena y sabe a todo, y no hay ni una sola tonalidad de color que no encuentres por sus calles. Llegué hace cuatro semanas con el encargo de seguir la pista a la primera mujer conductora de trenes de la ciudad para componer un reportaje sobre ella. Tras conseguir sus señas en la empresa municipal de ferrocarriles salí dichoso de la «pensión», con mi mejor sonrisa y el ukelele, a buscar a Mayanin cuyo nombre en hindi significa «Agua pura».

Casi pasé por encima de la cabeza de los dieciocho millones de habitantes que anidan en esta gigantesca urbe hasta dar con su sencilla casa, en la cresta de un barrio de gente humilde (pero no pobre) del extrarradio de la ciudad. Allí vive con su hijo menor Niraj en una preciosa casita de piedra y adobe pintada con los colores de la mar y la tierra, como un pequeño planeta perdido en este océano de latón. Me recibió algo desconfiada; no podía entender que un muchacho extranjero tuviera interés en su persona, y menos aún que una revista inglesa quisiera dedicarle un reportaje. Tuve que ejercitar mi rudimentario hindi y desplegar las mejores dotes persuasorias para convencerla. Finalmente, no me quedó más remedio que recurrir a la música y a esa cara tan dura que bien sabes me gasto en las situaciones límite. Le canté el «Bésame mucho«, poniendo mucho corazón y sentimiento. Al ritmo del bolero, la sonrisa de Mayanin se fue haciendo cada vez más amplia, y esa barrera que levantamos sin darnos cuenta con los gestos del cuerpo se fue desmoronando como un azucarillo en el agua. Después del tercer estribillo estaba vencida y entonces fue cuando me llamó con la palabra sagrada «bae-ta», que significa «hijo» en su idioma. Desde aquella tarde comparto habitación con Niraj y soy la sombra de esta nueva madre que me ha regalado la India.

Durante días me he despertado como ella- ¡a las cuatro de la madrugada!- para llegar a la estación de Chhatrapati, en el corazón de la ciudad. El marido de Mayanin murió hace algunos años en un accidente de trenes, y esta mujer testaruda no quiso aceptar la indemnización de la empresa; a cambio insistió en recuperar el puesto de trabajo de su esposo para ella. Desde hace cinco años, cada mañana, Mayanin se viste con sus mejores galas para tomar las riendas de un tren de cercanías que suelta y recoge a más de un millón de pasajeros cada día. Subir a la cabina de mandos es como meterse en la película de Tiempos Modernos de Chaplin; allí huele a metal caliente, a cerrado de celda sin ventanas, y el calor y la humedad se hacen insoportables. Cuando el convoy deja la superficie de la ciudad para internarse en la enrevesada cripta de túneles, pienso que el infierno (de existir) debe ser exactamente eso. Pero como dicen los poetas: la belleza está en los matices, y el matiz en ese microcosmos de hierro viejo es Mayanin, con sus pulseras de alpaca y sus saris de colores. Algunos días, para experimentar, me mezclo entre los pasajeros que se apelotonan en los vagones como un Tetrix de humanidad; llegar a la puerta de salida es una lucha sin cuartel para la que un occidental no está preparado. Por las tardes escribo cada detalle de lo vivido, sin perder un perejil, con el propósito de tener lista cada pieza de lo que será más tarde la historia final.

Niraj tiene también 25 años y, si he ganado otra madre, del cielo me ha caído un hermano. Estudió informática en la Universidad de Delhi y es un friki de las redes sociales. Los jóvenes aquí tienen igualmente un futuro complicado, la pobreza extiende en la India un manto con dimensiones de placa tectónica. No obstante, se respira un aire de optimismo, como si la gente supiera dónde hay que empujar para sacar el país a flote. Quizás sea la mirada de un emigrante, pero no percibo esa postura tan nuestra de desprecio por el talento ajeno, que busca siempre confundir lo malo con lo bueno (y a la inversa). En la India, a pesar de las enormes desigualdades sociales, el mérito se valora y fracasar está muy bien visto. Tampoco observo ese entramado rancio de personajillos apoltronados que se dedican a frustrar toda iniciativa antes de llegar siquiera a existir; los jóvenes indios tienen ilusión y no conciben a los adultos como boicoteadores de su futuro. En este ambiente de ventura se mueve Niraj, como una culebrilla aprovechando cada oportunidad. Me ha creado numerosos perfiles en las redes y sabe el vericueto digital que hay que seguir para llegar hasta el corazón de las revistas y editoriales. A cambio le estoy enseñando a tocar el ukelele y no te puedes imaginar la gracia que tiene el tío cantando el Porompompero. Esta semana empezamos con las versiones del Camarón.

Pero aún no te he contado lo mejor, y aquí viene la segunda parte de mi correo. La hija mayor de Mayanin, una experta en enfermedades raras que trabaja en un centro de investigación en Londres, se va a casar con el hijo de su jefe, todo un premio Nobel de Medicina. El matrimonio británico y los novios llegaron hace dos semanas para celebrar una pedida como manda la tradición hindú. El barrio se trasformó por completo, y comenzaron a aparecer primas, tías, sobrinos, y toda una cohorte de amigos y familiares que llenaron la casa de colorido y aromas. En este preludio de amor nos hemos vuelto todos un poco locos: las mujeres repintan sus casas de colores, la fragancia del sándalo cubre como un velo las calles del vecindario y la música de los sitares resuena desde primeras horas de la mañana.

Mientras los novios andan literalmente secuestrados por unos y otros, Niraj y yo nos hemos convertido en los lazarillos del Nobel inglés. Al caer la tarde, recorremos con él todos los mercadillos del barrio viejo en busca de especias exóticas y probamos la infinidad de manjares que ofrecen los cuchitriles del Crawford Market, un gigantesco bazar donde reina la armonía del caos. El británico es un cocinillas, un viejo socarrón que se ríe de su propia sombra. Se ha dejado vestir con un dhoti de algodón, el traje tradicional de los hombres, y anda por ahí diciendo que se vuelve así a Inglaterra, que esta ropa le aprieta mucho menos la entrepierna. Para que entiendas cómo es el personaje, me ha mostrado unas fotos de su cuarto de baño con las paredes recubiertas de diplomas, medallas, nombramientos y títulos de una vida exitosa dedicada a la investigación. Dice que es el lugar donde se sienta sin pantalones a contemplar la grandeza de su ego. Sir Nicholas Brown (Nic) me ha regalado una serie de suculentas historias y anécdotas sobre su vida profesional que aprovecharé para futuras reseñas. También voy tomando nota de platos, ingredientes, recetas, puestos y restaurantes para crear con Niraj una guía digital gastronómica de la ciudad que incluya los comentarios sibaritas de Nic. Soñamos sacar con ello un buen puñado de rupias que nos permita ir a verte esta Navidad.

Ahora tengo que dejarte, he de ayudar al profesor a preparar una cena multitudinaria. En mi próxima carta te hablaré de la señora Brown, la única que pone algo de cordura a las excentricidades de su marido. La verdad es que nos tiene a los tres más derechos que una vela. Solo te adelanto que es igualita que tú: otra maestra vocacional que no perdona ni una falta de ortografía y una incondicional del sentido práctico de la vida. Te cuento muchas más cosas en unos días, quiero proponerte un plan magnífico con los ingleses.

Te quiere, te quiere, te quiere,

Tu hijo, el más guapo de las Indias occidentales.

GM

(Gandhi del Mediterráneo)

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(Continuación de Despedida Británica y la Escocesa de las Highlands). VER EN ESTE MISMO BLOG

© Fotografía: Ingetje Tadros. National Geographic

Nota autora: El personaje de Mayanin es real, una viuda peleona que se ha convertido en la primera conductora de trenes de la India. Mayanin aparecía en un reportaje sobre Bombay que me inspiró este relato y que, sin darme cuenta, se materializó en el texto como el nexo de unión con la saga de los ingleses. Se ha convertido pues en la madre de Jyoti.