Fue una comida entre desconocidos, de esas que se improvisan al azar a la salida de un curso veraniego en una ciudad prestada.
– ¿Comemos juntos por aquí cerca?
Los tres comensales que me acompañaban eran, por un lado, una pareja de cuarentones altos y muy delgados (él y ella), vestidos con ropa deportiva -entre Coronel Tapiocca y pandillero americano- y carentes de pasión alguna y gracia en los ademanes.