Este verano me reencontré con un buen y querido amigo al que hacía varios años había perdido de vista, aunque nunca dejé de seguirle la pista. Mi amigo es una persona muy brillante en su carrera y un conferenciante de prestigio internacional. Tiene vida de golondrina errante y teje nidos con hebras de aplausos allá donde va. En ese alarde de indiscreción que otorga la confianza le pregunté por su jubilación, porque hace ya bastantes años que peina canas, aunque conserve piernas de montañero, culillo de futbolista y planta de seductor (con los años se fija una menos en el intelecto de los hombres). Esperaba una respuesta llena de excusas y justificaciones para continuar en el tajo, pero simplemente me dijo:
– No puedo renunciar a sentir el aplauso de los demás y a vivir sin el elogio diario. ¡No te puedes imaginar lo bien que sienta un pelotas al llegar por la mañana al trabajo!
Nos reímos mucho de su argumentación tan sincera y llegamos a la conclusión de que el ego es una especie de alien interno al que hay que alimentar cada día, como a los cisnes de un estanque. Coincido con mi amigo que uno prospera gracias a la aprobación de los demás y que un buen cumplido a tiempo disipa los temores, las dudas e inseguridades que uno carga en los avatares cotidianos. No hay quien se resista a la adulación. Incluso aquéllos sobrados de autoestima necesitan también de alabanzas y lisonjas. «Háblale a una persona de sí misma, y te escuchará durante horas«, decía el escritor y político británico Benjamin Disraeli.
El pelotas cumple una función indispensable en la sociedad y no hay trabajo que se precie que no disponga de un buen ejemplar entre la plantilla. Parece sencillo, pero su labor es ardua y complicada: componer el ditirambo* diario que regale los oídos al jefe requiere de mucha literatura, y además, los pobres acaban sufriendo de fuertes dolores en la curcusilla de tanto doblar la espalda. Es curioso, la palabra «zalamero» procede del árabe «salaam» (paz), en honor a ese personaje de la corte que se pasaba el día haciendo reverencias, de una manera cansina, deseando la paz (salam aleikum) a todo el que se cruzaba en su camino.
Otro clásico irreemplazable es el pelotas de la clase. De pequeña tenía una compañera que se traía un trapo de su casa para limpiarle el sillón a la seño; la puñetera siempre era la protagonista de todos los teatrillos, bailes y farándulas escolares. La Gamuzas (era su mote) acabó con la vocación artística de algunos de mis compañeros que, sin duda, tenían mejores dotes que ella para el drama y la comedia. No obstante, a pesar de robar los primeros planos, el pelotas de la clase contribuye a la armonía educativa. Por un lado, consigue concentrar en su persona el odio y las críticas de los compañeros, evitando que el rencor se disperse por el aula. Por otro lado, mantiene al profesor contento, dándole sentido a su misión pedagógica. Yo misma reconozco que enfrentarse a un auditorio donde varias personas asienten con la cabeza -dándote la razón como a los locos- genera un subidón de la autoestima.
Desde tiempos inmemoriales, los poderosos se han rodeado de un cortejo de lisonjeros que engrandecía con su pluma y oratoria las grandes hazañas y bondades de su señor. Los tiempos han cambiado bien poco; ahora el señorío se compra los medios de comunicación con la misma finalidad. Si uno quiere llegar lejos, sin tener grandes cualidades o méritos, habrá de pagar los laudatorios. Publicidad institucional (con dinero público) lo llaman ahora.
Genéticamente estamos programados para luchar frente a los agravios, pero contra el elogio se está completamente indefenso. Al acecho de esta debilidad surge una personalidad infinitamente más peligrosa que la del pelotas o zalamero: el adulador. Los aduladores son los reyes del llamado soborno verbal, y su finalidad es doblegar la voluntad del otro -a base de fingir admiración- para poderle manipular. Toda persona con cierto poder y/o dinero se verá rápidamente rodeada por este tipo de personajes. Es más, con tanto puesto digitado en nuestra sociedad democrática, los aduladores han encontrado un excelente caldo de cultivo para prosperar, como las sanguijuelas en el agua de una charca. Estos hombres y mujeres de «confianza» se disfrazan de cisnes blancos pero, como en la obra de Tchaikovski que da título a la entrada, nadie es lo que parece. Los muy taimados siguen una estrategia de manual: van aislando paulatinamente a su presa, sembrando en ella desconfianza hacia los demás compañeros, y forjando una tela de araña con hilos de falsa veneración. La víctima se crece ante tal exaltación de su persona que acaba atrapada en un mundo irreal, donde ya no percibe lo que se cuece a su alrededor. La historia ha demostrado una y mil veces que quien acepta la venia versallesca acaba en la guillotina, porque el elogio desmesurado va preparando el terreno para la traición. Lo resumió Quevedo: «muy pocas veces hay lisonja sin puñalada«.
No es que yo sirva para dar consejos, porque en este menester soy más tonta que barrer en el desierto, pero habría que desconfiar siempre:
- De aquéllos que van sembrando dudas sobre los demás.
- De los que le alaben virtudes que uno sabe perfectamente que no tiene.
- De los que se ofrecen para todo con un servilismo sospechoso.
- De los que dan coba sin tener un ápice de cortesía.
- De aquéllos que promocionan rápidamente sin haber demostrado su mérito ni capacidad.
En relación a la jubilación de mi querido amigo serrano, ahí va este paso fundamental en el ballet: una primera figura siempre sabe cómo y cuándo tiene que marcharse del escenario.
© Fotografía: Jeff J. Mitchell
* Ditirambo: composición poética de carácter laudatorio. Alabanza exagerada
8 Comments
Muy sensato, mejor escrito y con un delicioso aroma de ironía inteligente. Gracias por sintetizar, recordar, apuntar y sugerir cuestiones tan importantes con esa aparente levedad.
Gracias por tan sutiles y sinceros elogios. Los agradezco de verdad.
El tema da para unas cuantas noches de vinos.
Un besote.
La verdad es que hay auténticos pelotas profesionales. La foto no podía estar mejor escogida, son ridículos como los auténticos, tratan de parecerse a sus víctimas, y «esconden» intenciones oscuras (que no pueden disimular) de aprovecharse de ellos y superarlos.
La foto me hizo mucha gracias cuando la encontré. Es de una compañía de ballet que interpretó El Lago de los Cisnes en un parque público. Creo que complementa bien la temática de la entrada.
Un besote
Querida amiga Rosa :
Brillante tu entrada y brillante el comienzo, bajo mi punto de vista, me ha gustado tanto que lo he releido un par de veces Si bien no te oculto que dado el contenido de tu escrito, he tenido un poco de cuidado en mi respuesta y en mis elogios ( caso de que se produzcan ), pues entiendo que el elogio si es sincero debe como muy bien nos manifiestas, ser fruto de la sinceridad y salir del corzón. Sí tengo una cosa clara y es que una parte del elogio ( la personal) es fruto del conocimiento y seguimiento que la persona que lo produce, pues no podemos eludir que somos seres amorosos y por lo tanto estamos ligados a nuestro corzón.
Como siempre, mis comentarios son de carcter personal y dado que no me considero un critico literario al uso, solo tratare de analizar tu trabajo , bajo el punto de vista sentimental, en primer lugar, y dada mi condición de «aprendiz» de escritor, tambien desde como veo en la actualidad este apasionante mundo de transmitir pensamientos mediante la escritura.
Y sin mas, sigo mi lectura y paso a mis comentrios.-
Magnifica elección por tu parte, la de la foto; pues ya prepara al lector para la lectura , dado que desde el comienzo, deja clara la diferencia entre lo verdadero y lo falso ( esos esperpenticos y graciosos cisnes de pacotilla y los nobles y bellos animales reales ).
No me queda duda con respecto a lo que tu «amigo» nos dice sobre el pelotas…ja ja ja , es cierto que el ser humano y mas aún el escritor, necesita ser leido y además necesita la critica, como la vida necesita del agua; me viene a la mente una frase de una pelicula romantica, en la que ella le dice al galan…,»dime que me amas, aunque me mientas, pero dimeló», pues al escritor, sea mujer u hombre, nos pasa lo mismo, por lo que me hace pensar que el elogio tiene que existir, y si encima es bonito, pues mejor que mejor.
El pelotas o su elogio, no debe de traspasar la frontera de lo creible; como al igual que una madre trata de estimular al hijo haciendole creer que es importante y que puede emprender trabajos y acciones dificiles, pero como digo nunca pasarse de lo creible o posible.
Termino ya, querida amiga, diciendo que me ha encantado tu escrito y la ultima parte «consejos» y la palabrita ( me sonaba pero la desconocia) -ditirambo-. Tu forma de escribir, muy personal y fluida y como siempre con esa pizca de humor añadido, que a mi juicio no puede faltar nunca en un buen escrito, bueno y no me paso ya que puedo convertir mi elogio en un «ditirambo» ja ja ja .
Un abrazo,
Querido Antonio,
Cualquier elogio que venga de tu parte, no me cabe la menor duda que es sincero, porque eres un mirlo blanco de los de verdad. Coincido contigo que los elogios son necesarios e imprescindibles para la vida, y que es una actitud fundamental para educar a nuestros hijos. Reforzar la autoestima del otro es un signo de generosidad y amor. Otra cosa son los lameculos, que son los personajes a los que se refiere la entrada y que, seguro, a todos nos viene a la mente la imagen de alguno.
Es verdad, los que escribimos, aprendices o no, necesitamos que nos lean y nos comenten. Siempre tenemos la duda (al menos yo) de si perdemos el tiempo con tal esfuerzo. Aunque también he de decir que la escritura regala un disfrute en soledad.
Un gran abrazo
Nunca perdemos el tiempo, en nuestro esfuerzo al escribir; pues en el mejor de los casos, estamos pagados con poder materializar nuestros pensamientos e ideas y si tenemos la suerte de ser leídos, pues mejor que mejor.
Con respecto al pelotas o lameculos, tienes razón y es posible que me haya despistado un poco dando a entender que los mezclaba con las demás personas ,. Yo personalmente tampoco los soporto en cuanto les veo el plumero ( falsos cisnes), pe aparto de ellos.
Un abrazo.
Estimada bloguera, me voy a permitir ser el cisne negro de esta historia y no voy a dedicarle los consabidos elogios y alabanzas por el contenido de esta entrada. No se lo tome a mal pero creo que usted ya tiene demasiado jaleada su autoestima y, como muy bien ha puntualizado, no desearía que por juguetear con tanta venia versallesca se viera usted abocada a los pies de la guillotina. Ante esa disyuntiva, y barruntando que en ese caso quizás usted preferiría que la tomaran por loca, no me queda otra alternativa que darle la razón en todas sus afirmaciones. ¿No es así? Por favor no me conteste…afirmativamente.
Sempre és un plaer poder gaudir de la seva generosa i instructiva prosa.