Tengo una intensa relación epistolar con mi amigo Alejandro, a pesar de habernos visto tan sólo en un par de ocasiones. Alejandro es biólogo de vocación, un naturalista a la antigua usanza y asiduo escritor de artículos en la revista Querqus. De vez en cuando me despierta del aletargamiento que manifiesto los lunes, y me llena la bandeja de entrada con difíciles preguntas sobre la geología de los lugares que ha visitado el fin de semana. No para de interrogarse sobre lo que observa y me llena de satisfacción comprobar que aún existen adultos que mantienen intacta la curiosidad de la infancia. Sus retos son deliciosos porque se fija en unos detalles que yo no percibo, y me pone además en la tesitura de explicárselos. A la inversa, yo también le interrogo sobre «mi familia y otros animales». Estoy convencida que se ríe de la tremenda ignorancia que presento sobre todo lo que acontece en la Biosfera. Mira por dónde hace unas semanas leí un interesante artículo sobre las ventajas biológicas de la fidelidad en la especie humana, y pensé: ésta es la mía.
La presente entrada es un batiburrillo de lo leído, de lo buscado, de las respuestas de Alejandro y de mis propias reflexiones sobre el asunto. Aviso que no habrá sentimientos, ni pensamientos profundos, y mucho menos amor.
Fieles por cabezones
Nuestra evolución como especie a lo largo de cientos de miles de años y la difícil tarea de sobrevivir en un mundo lleno de peligros han determinado que finalmente seamos unos primates monógamos y fieles. Ambas características son muy raras (rarísimas) en los mamíferos, pero abundan en las aves, y muy especialmente en las aves marinas. Al igual que los albatros y los pingüinos tenemos la enorme necesidad de compartir con la pareja el cuidado de las crías y formar una familia estable y duradera para asegurar la supervivencia de los descendientes. En las parejas fieles, los machos están seguros de su paternidad e invierten tiempo en cuidar de los retoños. Este vínculo emocional duradero ha jugado sin duda un papel clave en el éxito (¿?) de nuestra especie.
Así como en el resto de los mamíferos las crías se espabilan muy rápido, nosotros (y los albatros) echamos al mundo “polluelos” sin terminar de hacer, a los que les queda aún mucho tiempo de desarrollo para poder alzar el vuelo en solitario. En nuestro caso nacemos antes de lo que nos toca, incluso los bebés que lo hacen a los 9 meses de gestación. Ello se debe a la interacción de dos características típicamente humanas: el bipedismo y la gran encefalización, lo que determina que tengamos que salir antes de lo aconsejable para poder entrar por el estrecho canal del parto. ¿Somos fieles por cabezones? Pues sí, eso es exactamente lo que quería trasmitir.
Más vale amante conocido…
Otra ventaja de la monogamia es la enorme efectividad sexual que supone el tener asegurada la cohabitación. El macho no tiene que perder el tiempo en largas ceremonias de cortejo y en desplegar cada cierto tiempo sus encantos para despertar el interés de la hembra. Créanme, ser un macho alfa es una tarea tediosa que no compensa desde el punto de vista biológico. Está demostrado que la familiaridad sexual aumenta la eficiencia y hace mucho más probable la fecundación. Aunque tenemos la percepción (alimentada por la historia) de la existencia de un elevado porcentaje de hijos fuera del matrimonio, los resultados científicos lo desmienten: la falsa paternidad no llega al 2%. Estas bajas tasas de infidelidad «efectiva» desafían la idea planteada de que las mujeres buscan buenos candidatos fuera de la pareja con el fin de obtener beneficios genéticos para sus hijos. No es cierto, la selección sexual de la hembra se focaliza mucho más en buscar machos mansos y buenos padres. Este hecho, que puede parecer baladí, lo hemos conseguido nosotras a través de una larguísima historia de rechazo a lo agresivo.
Mamíferos a fin de cuentas
No obstante, a pesar de las innumerables virtudes que ofrece la fidelidad, los biólogos afirman que somos infieles por naturaleza. Como mamíferos que somos, la poligamia va en nuestra carga genética. Víctor Hugo decía: «la fidelidad en los hombres se basa en la pereza y la de las mujeres en la costumbre». Con mayores tecnicismos vienen a decir lo mismo algunos investigadores que aseguran que la monogamia es una habilidad social adquirida, cultural, pero en ningún caso innata. De hecho, en las culturas más primitivas el cambio de pareja se producía en torno a los 4 años de convivencia, coincidiendo con el destete de los niños. Aquellos clanes paleolíticos basaban su supervivencia en la colaboración, la sexual también. Dicen los antropólogos que el desarrollo de la agricultura durante el Neolítico supuso el ocaso del paraíso. Apareció un sentimiento que ha dejado mares de sangre desde entonces: la propiedad sobre el territorio. Fue en ese justo momento cuando comenzó a tener sentido la paternidad, cuando el varón tuvo que asegurarse unos hijos propios a los que legarles las tierras.
Infidelidad social
Las tasas de adulterio en España son de las más bajas del mundo occidental, pero aún así las estadísticas revelan que un 35% de los hombres y un 26% de las mujeres reconocen haber sido infieles a su pareja. Hay un dato muy interesante, y es la franja de edad donde se concentra el mayor número de infidelidades. En los hombres se sitúa por debajo de los 30 años, en plena juventud y explosividad sexual. Llegado a este punto no me queda más remedio que meter otra cita literaria, esta vez de Oscar Wilde: «Los hombres jóvenes quieren ser fieles y no lo consiguen; los viejos quieren ser infieles, y no lo logran«. Sin embargo, las mujeres comienzan a ser infieles a partir de los 35 años, una vez que han cumplido sus funciones reproductoras. Entonces comienza lo que los científicos denominan «infidelidad social», que daría materia para otra entrada.
A pesar de que el asunto planteado en estas líneas pueda parecer frívolo a primera vista, no lo es. Nos invita a reflexionar sobre la eterna lucha entre lo natural y lo adquirido, entre el instinto y el intelecto, entre el animal y la persona. Como soy una mujer muy práctica que tiende a la simplificación, quisiera resumir este microensayo con una breve pregunta y una rápida respuesta:
– ¿Por qué somos infieles? Dado las enormes ventajas que conlleva la monogamia.
La respuesta es muy sencilla
– Porque no somos pájaros.
© Fotografía de autor desconocido
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15 Comments
Siempre es fascinante leer sus textos, por ese sentir científico que conlleva. Me ha puedo ha reflexionar este ensayo, pues parece que la base de nuestra formación como civilización se ha basado en la fidelidad tal como usted lo describe. Muy interesante.
Siempre espero con ansias sus escritos.
Saludos
Gracias Edwin. Me gusta mucho su comentario. Es cierto que el paso de ser nómadas a establecernos en el territorio fue el comienzo de las civilizaciones y, sin duda alguna, cambió nuestra conducta social.
Un placer tenerle de lector.
Rosa
Magnifico y divertido relato para empezar el día. Lo cuelgo en mi facebook…
Feliz domingo
Feliz y primaveral domingo maestro,
Gracias siempre
Gracias por tu ecuanimidad en tan espinoso, como abundante y recurrente, asunto
Gracias a ti Rafa, y por esos ratos compartidos con los espaldas plateadas del barrio.
Resumiendo, Anna Gabriel, de la CUP, propone una vuelta al Paleolítico, y ha empezado por el flequillo. Besos, hermanita!!!
Si, esa señora propone volver al clan y criar los hijos en una tribu. Pues le dejo los míos una temporada y verás qué rápido abandona la idea……….
Es curioso mi estimada bloguera, tengo la impresión, quizás por primera vez desde que le sigo, que ésta entrada no ha despertado demasiado entusiasmo entre sus legiones de devotos lectores. Ignoro si han elegido otras vías de comunicarse con usted, pero reconozco que yo mismo me he sentido poco inspirado a la hora de intentar aportar mi habitual granito de arena contra-bloguero al delicado tema que nos plantea. Si me lo permite, creo que usted misma contribuye a ello al advertirnos de que aquí… “no habrá sentimientos, ni pensamientos profundos, y mucho menos amor.” ¡A fe mía que lo consigue!
Sin entrar a valorar los contenidos científicos aquí expuestos, sí me atrevo a comentarle que eligió un mal tema para prescindir de sentimientos, reflexiones y amoríos. ¿Alguien puede concebir la fidelidad o la infidelidad sin que estén presentes y bien revueltos cualquiera de ellos?
A la fidelidad (lealtad, observancia de la confianza y buen concepto que alguien debe o tiene de otra persona), considerada como pecado, se puede faltar por pensamiento, palabra, obra y omisión. No voy a pedirle que no peque, sus satisfacciones tiene ello bastantes de las veces, pero apelando al título, y espero que espíritu, de su blog le rogaría que la próxima vez que se encuentre frente a la disyuntiva, prescinda un poco de la “ciencia” y se recree mucho más en la “letra”. Permítanos que podamos pecar de infidelidad con usted… Aunque solo sea de pensamiento.
Com no podia ser d’altra manera, queda als seus peus el més «fidel» dels seus admiradors.
PD. Debido al alto índice de factor de riesgo que padezco en este tipo de asuntos, pues llevo muchos más de 4 años de convivencia con mi pareja, que hace ya tiempo que pasé de los 30 pero mi mujer no tanto de los 35, y aunque aún mantengamos una muy buena “colaboración activa»; le pediría, como favor personal, la mayor “discreción social” posible respecto a mi ferviente devoción intelectual y platónica hacia usted. A cambio creo que le he dejado bien encaminado el posible tema de su próxima entrada…
Pues estoy completamente de acuerdo con usted y sí, es cierto, a esta entrada le sobra ciencia y le falta alma. Pero es que una no puede ser perfecta siempre (valga mi vanidad). Ah! cuente con mi completa fidelidad y discreción sobre su devoción platónica hacia mi persona. Quedará entre nosotros y no sobrepasará su esfera personal. No está nada mal esto de tener «amantes» virtuales-epistolares.
Rosa querida, siempre es un placer leerte. Has entrado en un tema que desde hace muchos años he seguido con interés. Compré el libro de Eudald Carbonell «El sexo social» cuando estuvimos juntas en Atapuerca. Te lo pasaré y lo disfrutarás.
Me apasiona la vida de los bonobos y su forma absolutamente infiel de solucionar conflictos de convivencia, pero observo que es una especie que se ha expandido mucho menos que sus primos los más agresivos y no sé si muy fieles chimpancés ¿Tendrá algo que ver?. Claro que ni unos ni otros son payeses.
Siempre tenemos más preguntas que respuestas, lo que hace que nuestras vidas sean más amenas. Te espero pronto por mi/tu isla
Me muero por leer ese libro de Carbonell sobre el sexo social. A ver si Alejandro lee estos comentarios y nos aclara lo de los bonobos y chimpancés. Yo tengo el convencimiento que el sentimiento de posesión, tierras o personas, siempre nos ha traído grandes conflictos; pero es innato al género homo.
La fidelidad es amor,
Infidelidad aventura,
Qué nos causa pavor?
Una desgraciada ruptura?
Al carajo tanto fervor!
Me gusta la figura de «los espaldas plateadas», aunque van quedando pocos en este mundo, en el que los roles del macho están cambiando tanto y tan deprisa. Son tiempos en los que triunfan los que saben «cantar por alto y por bajo». Por alto hay bastantes, y por bajo algunos, pero por alto y por bajo, en alternancias rítmicas, muy pocos. Bueno, me temo que estoy aburriendo a sus seguidores, aunque creo que me sigue perfectamente. No en vano, ha citado a uno de esos raros especímenes
Sí, conozco a algunos que cantan por lo alto y por lo bajo. Son los más peligrosos. A los espaldas plateadas genuinos, …..se les ve a la legua y son menos interesantes.
Un abrazo siempre,
R