Jacinta y Herminia fueron compañeras de pupitre durante los pocos años que pudieron ir al colegio. Aún se peinaban con trenzas cuando ya recogían patatas como jornaleras en las frías tierras de un señorito. Al ser buenas mozas, se casaron pronto con dos muchachos del pueblo; ambos propietarios de tierras colindantes. Los maridos se guardaban un odio ancestral por unas disputas sobre las lindes, esas herencias envenenadas que tanto abundan en los pueblos. Ellas hicieron oídos sordos a las inquinas familiares y decidieron amadrinarse como los líquenes en los árboles, para resistir mejor a los embates de la vida.
Entre las dos criaron a once hijos, que iban y venían de una casa a otra saltando la linde. Las criaturas se amamantaron de los cuatro pechos y aprendieron a caminar bajo la guía de los cuatro brazos. Como Jacinta sabía entonar, sus dulces cantos aprovechaban las térmicas de la noche para colarse por las ventanas y adormilar a los niños. Cuando murió el hijo más pequeño de Herminia, se escucharon los mismos gritos desgarradores en ambas casas; ese llanto ronco y profundo que sale de las mutiladas entrañas de una madre.
Tras echar la última palada de tierra al segundo marido, las viudas derribaron la muralla de alambre y soltaron las vacas a pastar libremente, porque ni la hierba fresca ni la lluvia que la moja pertenecen a nadie. Al atardecer, se tumbaban en el arriate que un día fuera frontera, para romper con sus carcajadas las miserias de los hombres. Soñaban entonces con viajar a París y contemplar desde la Torre Eiffel la envergadura del Mundo.
Entre los diez hijos juntaron el dinero para el viaje, con asientos en clase preferente y una lujosa habitación de hotel en los Campos Elíseos. Las dos campesinas, que jamás habían salido de la comarca, se adentraron en el corazón de París con la ilusión de un par de colegialas. Alquilaron los servicios de Suleimán, que las paseó en su taxi por los bulevares parisinos como si fueran dos emperatrices. Las comadres, no solo acabaron con la reserva de cruasanes de las boulangeries, sino que no dejaron un solo rincón a las orillas del Sena por fisgonear. A los siete días de tanto disfrute, el sirio las dejó en el aeropuerto Charles de Gaulle con una reverencia.
Desde los ventanales de la terminal, los hijos vieron la bola de fuego. Ellas se agarraron muy fuerte de la mano cuando se precipitó el avión. Sin hablar, y con tan solo una rápida mirada, se dieron las gracias por tantos años de amistad. Curiosamente no se escuchó una detonación, sino una melodía azul que envolvió los campos de trigo. Era la voz de la abuela Jacinta con una de sus coplillas nocturnas.
Sus cenizas descansan en el bancalillo de la concordia, el único lugar del valle donde crecen racimos de violetas salvajes.
15 Comments
Me ha encantado esta perseverante historia de amistad, de búsqueda de lo hermoso del otro en lugar de dedicar el esfuerzo en localizar las miserias para airearlas. Ya sabemos como escribió Rosa Montero que: «No existe una sola vida sin su cuota de mugre», pero, y todo lo que nos perdemos por no disfrutar del lustre de los demás. Sencillamente una historia conmovedora. Un gran beso
Un texto sobre la bondad en estos tiempos revueltos. Como decía Benedetti: cuando los odios andan sueltos, uno ama en defensa propia. Un mega-abrazo al corazón de esas tierras de Castilla y para todas las Herminias y Jacintas que conocemos.
Entrañable , muy cargado de sentimientos profundos y una bella figura del AMOR . Enhorabuena querida amiga y profesora bloguera, además de otras maestrías. Este precioso escrito, despierta lo mas hermosos que tenemos los seres humanos, amor y amistad, trabajado hasta el final por estas dos magnificas mujeres co-madres y madrinas. Gracias, Rosa.
Mi hermana me va a regañar, porque dice que siempre escribo sobre la bondad y que no tengo «malos» en mis relatos. Ahora que se lleva la literatura negra de malos malísimos, no me gano un jornal. Qué le vamos a hacer, querido Antonio. Ya no hay quien me cambie.
Rosa María Mateos Mi querida Rosa; lo malo llega solo, para que perder el tiempo hablando de penas que llegan solitas o de malos, malísimos; hagámoslo de las cosas que verdaderamente merecen la pena. Que felicidad la de los hijos que compartieron y el tiempo que cada uno de ellos vivió en sus vientres.
Como siempre, Rosa consigue hacernos viajar y transportarnos a donde ella se proponga, por arte de magia, metiéndonos rápidamente en contexto con muy pocas palabras. Esos campos de trigo y esa hierba fresca y la lluvia que la moja casi se huelen a través de la pantalla de mi ordenador; de verdad. Y no paro de imaginarme a Jacinta y Herminia haciendo estragos por las calles de País: los Campos Elíseos, a orillas del Sena, y seguramente también visitando las pizzerías más caras del Barrio Latino. Y peleándose a ver quién coquetea más y mejor con el sirio….
Creo que no ha habido ninguna vez que no me haya quedado con ganas de más leyendo algo de Rosa….. Bueno, a ver cuándo nos das la buena noticia de un nuevo libro. No lo digo para darte trabajo, que sé que tiene que darlo, y mucho; simplemente es un deseo de amigo 🙂
Querido Enric. Qué alegría saberte al otro lado de la pantalla. Me gusta esa chispa positiva que has sacado del relato. Sí, las dos comadres debieron quemar París y dejaron al pobre sirio para el arrastre. Estoy ya trabajando en una nueva novela, pero no me da la vida. A ver si me leen los jefes y me conceden un año sabático para enfrascarme en la literatura. Que no todo es geología…. Un abrazo para mi periodista favorito.
Precioso relato, reconozco que el final me ha cogido con la guardia baja…
Quédate con la aventura parisina y que les quiten lo bailao. Un abrazo.
Sobrecogido por un final inesperado pero muy previsible: solo la parca, a veces tan histriónica, podía intentar, sin conseguirlo, poner fin a esta historia de amistad. Porque, a la postre, esa amistad es (imposible utilizar el pretérito) eterna. Como la propia Dama. ¡Lo que tiene que estar disfrutando con los chascarrillos de las dos amigas!
Como siempre, enhorabuena por este relato, magnífico como pocos. Un abrazo, maestra
Estas dos comadres la deben de estar liando parda con todos los santos del cielo. Menudas son…
Gracias, compañero. Tus respuestas siempre animan a seguir agarrando el teclado. Un abrazo.
Rosa me ha emocionado tu relato. Leyéndolo he vuelto con la imaginación a los campos de Castilla , a ese Valle Amblés donde nací. Gracias por regalarnos este precioso texto. Un abrazo
El Valle de Amblés… ¡Qué nombre tan sugerente! Cuando veo a las amigas de mi madre pienso que sois como Jacinta y Herminia: amadrinadas, cómplices y listas. Gracias por ello, Mercedes.
Estimada Rosa María, una vez más vuelve usted a estremecernos con esta bella historia de amistad y amor compartido por la vida. Con su trágico e inesperado final, sublime a mi modesto entender y parecer, consigue así que dicha relación sea eterna en la memoria de sus seres queridos en la ficción y por lo tanto de todos sus, seguro que emocionados, lectores.
La meva més sincera enhorabona per aquest magnífic relat curt; modalitat literària que vostè és ja capaç de dominar amb un mestratge i registres més que meritoris.
Quedo como siempre expectante por su próximo relato…
Gracias, señor Canijudiensis. El final me ha sido criticado, pero no cabía otro. Una muerte rápida y conjunta. Dejarlas vivas hubiera sido muy cruel por mi parte. Una abraçada y cuídese por esas tierras azules de la Tramuntana.