Hace mucho tiempo, en los lejanos territorios del norte de la India, vivía un rey melancólico que no encontraba consuelo alguno a su tristeza. Una luminosa mañana de primavera se presentó el sabio Sissa en palacio, y ofreció al rey un ingenioso juego para llenar de entretenimiento los momentos de su pesar. Traía bajo el brazo un tablero de madera dividido en 64 casillas y una caja de sándalo con 32 delicadas figuras de dos ejércitos enfrentados, talladas en marfil y caoba. Sissa había inventado el ajedrez. El rey quedó tan encantado y agradecido con el regalo, que ofreció a Sissa la oportunidad de agraciarle con cualquier deseo que anhelara. El sabio tan solo pidió lo siguiente: un grano de trigo en la primera casilla del tablero, dos para la segunda, cuatro para la tercera……y así sucesivamente hasta llegar a la casilla 64 (1); es decir, para cada casilla el doble de la casilla anterior. El rey entendió que Sissa menospreciaba su generosidad pero dio la orden inmediata de traer el trigo solicitado. Varios días después, el tesorero real confirmó que no había trigo suficiente en todos los graneros del reino para pagar la deuda y, ni aún convirtiendo todas las tierras del mundo en labrantíos, el rey podría cumplir su promesa.
La Leyenda de Sissa nos facilita el hilo conductor para enlazar con el título de esta entrada: Big Data, un concepto de moda que abre portadas de periódicos, llena tertulias radiofónicas y está cambiando el PIB de algunos países. Pero, ¿qué es el Big Data? Se trata del proceso de recolección y gestión de ingentes cantidades de datos para obtener información de extraordinario valor para los mercados. Big Data gestiona ya tal volumen de información que utiliza como unidad de medida el exabyte (1018) y, cada nueve meses, duplica el número de datos que contiene, como el tablero de Sissa.
Big Data es el oro digital, y no viene, ya está aquí. Cada vez que navegamos en la red, buscamos, compartimos, chateamos, visualizamos, almacenamos, borramos, y un largo etcétera de nuevos verbos en nuestro vocabulario, estamos dejando una huella digital que inmediatamente van a analizar grandes cerebros de silicona. Nuestros inocentes «clicks» entran en un universo informático que buscará información oculta, patrones recurrentes y descifrará nuestra más íntima esencia para venderla al mejor postor.
No se asuste, pero sepa que tras las redes sociales y aplicaciones gratuitas de mensajería se esconde un gigantesco negocio. Sus datos personales, estilo, gustos, preferencias, pensamientos, relaciones, amores y desamores, pasan a tener un código de ceros y unos, y su alma desnuda se convertirá en una diana de publicidad dirigida, diseñada a su medida.
Hay una anécdota muy elocuente para entender este jaleo. El padre de una muchacha adolescente se dirige muy enfadado al director de una gran superficie comercial cercana a su casa, ante el acoso publicitario que recibe su hija sobre productos de embarazadas y recién nacidos. Al cabo de unas semanas el padre tiene que retractarse: va a ser abuelo para el verano. Mientras los padres estaban en la inopia, la niña había dejado un reguero de pistas digitales sobre su estado.
Yo estoy un poco hasta la coronilla de recibir publicidad sobre cremas antiarrugas, fajas invisibles que disimulan la barriga y complicados artilugios para los juanetes. También invaden mi muro anuncios de páginas de contactos que invitan a entrar a través de fotografías de caballeros muy elegantes y requete-estupendos. A raíz de una de una de mis recientes entradas al blog sobre el «coaching«, recibo convocatorias a cursos de lo más variopintos. El último versaba sobre un seminario de tantra-coaching, que aseguraba poder aniquilar mi pensamiento. Vamos a ver, claudico con los productos específicos para tardonas (término italiano para referirse a las maduritas) pero ¡por favor! Que no me quiten el pensamiento, que es lo único que conservo (medio) en su sitio.
Estas líneas de hojarasca otoñal son un viaje literario de veinticuatro siglos de duración, desde los primeros indicios del ajedrez, al Momento Iridio del presente. Pienso que mi cerebro húmedo tiene los días contados y en breve seré abducida hacia un mundo de realidad virtual en el que me zambulliré como Alicia en el País de las Maravillas. En ese paraíso, las mujeres no tienen límites, han terminado la etapa de empoderamiento, y van divinas en un descapotable rojo con la melena al viento y el último iPhone en el bolso de Loewe. Mientras tanto, en mi realidad verdadera, he de alimentar y educar a tres zampabollos adolescentes. Pienso que, en ese cosmos mercantil de felicidad, seré mucho más simplona y trivial, pero no tendré que dar la paliza a mis amigos con un machaca-blog, ni plantearme debates mentales sobre temas que poco importan; el consumo tiene el don de suplir las carencias.
Por la fotografía de esta entrada quizás mi escrito tendría que llevar en el título la palabra «ternura«, y no tanto anglicismo de las narices. Esa carita que asoma no necesita de sustantivos, ni verbos, ni adjetivos; es el puro verso blanco de la inocencia. Ahora bien, esta niña -sin ser virtual- no existe. No hay rastro alguno en el Big Data sobre su nombre, edad, juguetes favoritos, sueños e ilusiones. Como mucho le corresponde algún número en el censo del campamento de refugiados griego donde se encuentra. En la nube de los mercaderes, mi niña bloguera ni está ni se le espera. Ella sí que tiene una enorme marca, y no digital, la muesca de la guerra con sus zapatos de sangre (2).
Compro, luego existo.
© Fotografía: Louisa Gouliamaki. Campamento de refugiados en la isla griega de Chios
(1) T64= 264-1. Dieciocho trillones cuatrocientos cuarenta y seis mil setecientos cuarenta y cuatro billones setenta y tres mil setecientos nueve millones quinientos cincuenta y un mil seiscientos quince….. granos de trigo
(2) [af_link id=»2982″ target=»_blank» rel=»nofollow»]Cien sonetos de amor[/af_link]
10 Comments
Querida amiga Rosa: he leido con avidez tu escrito y en algunos momentos he sentido como un estupor cercano a la pena…pero una vez dicho esto y en consonancia con mi actual estado( cercania a viejito) he reacciondo y me he dicho «pos que me quiten lo bailao» ; porque la verdad tus rzonamientos son casi profeticos, lo suscribo totlmente y agrego un refranillo o dicho popilar …»Qie Dios nos pille confesaos» y para nada pienso en la religión, que tampoco la descarto. Un abrazo.
Pues eso es Antonio: que te quiten lo bailao. Hay que darse también homenajes de vez en cuando. Veremos qué nos depara el futuro de la información y la inteligencia artificial. Vamos de cabeza.
Un abrazo siempre, amigo.
Rosa, yo recibo anuncios de viajes; en cambio a pesar de ser tardosexagenaria no me anuncian antiarrugas, ni operaciones de estética ni tintes para el pelo ni ninguna de esas cosas injuriantes. ¿ se habrá enterado el Big Data de que todo eso me importa un bledo?
Carmeta, el Big Data también identifica los «casos imposibles» . Me alegra muchísimo que estés en esa categoría. Cuando llegue a tardosexagenaria, quiero ser como tú. Un abrazo de «exabyte» .
Querida cuñá. Las maduritas como yo nos criamos con el bloc y el lapiz, el telefono único en la casa, en el pasillo, y hablando con los novios por lo bajinis o en clave porque nos espiaba la madre, las conferencias a los abuelos dando voces para que nos escucharan, y que se yo cuántos anacronismos más…..y sin embargo hemos sido abducidos por las nuevas tecnologias igual que nuestros hijos y al igual que ellos nos movemos como pez en el agua llevando un universo en el bolsillo.
Nosotras podemos reflexionar si lo de antes fue mejor o peor o lo de ahora ..y viceversa pero ellos han nacido con el dedito preparado para actuar y desde bebés ya se sumergen en el universo de una tablet…. con qué criterio podrán ser críticos… lo veo imposible.
Y el sueño de esos niños y niñas refugiados es también conseguir llegar a ese universo y sobre todo al mundo del consumo.
A esto yo le llamo tener una visión apocaliptica…vamos al fin del mundo porque esto por ahora es insostenible…igual que ese rey del cuento no pudo hacerse con el trigo prometido el ser humano no tendrá capacidad para satisfacer la demanda de tanto iphone-tablet y llegará el colapso…..vamos digo yo, que a lo mejor estoy yo ya mayor y mi mente no da para más.
Por favor continúa con tus relatos, son una bocanada de aire fresco y de humamidad en este follón de maquinitas que hemos inventado.
Mas cabecita y menos deditos…besitosss a mi cuñá
Qué razón tienes y qué buena reflexión. Llegará un momento que el tablero de Sissa tendrá tanto grano que ya no podrá soportar tanto peso. Arrieros somos y en el camino nos encontraremos ….
Gracias siempre por ese empujón cargado de ánimos.
La huella personal de la niña refugiada de carita inocente, no se sabe a ciencia cierta a causa de qué drama o tragedia propia o ajena, no forma parte de ningún registro digital del BIG DATA y por lo tanto no es un problema mesurable al que se deba dar, no digamos ya urgente, ni siquiera respuesta con visos de mínima esperanza de futuro. Su pecado, no figurar en ningún listado de futuros consumidores; el nuestro, seguir alimentando a la bestia que poco a poco nos va etiquetando y encasillando, es decir, fagocitando.
Al final los votantes y seguidores de la nueva estrella mediática mundial de las teorías neoliberales, mister “sonrisas” Trump, tendrán razón: tanto tienes, tanto consumirás, tanto vales; si no tienes, no consumirás, entonces ni vales, ni importas nada. Y si por añadidura eres diferente (a quién?), ni te cuento…
Rebi una cordial salutació.
Tanto tienes, tanto vales, así es querido amigo. Una buena síntesis de la entrada, la suya. Gracias siempre
No se si he de agradecerte esta entrada en la que nos ofreces el caramelo de un delicioso cuento para ejecutar un desagradable «relatus interruptus» y atizarnos enseguida con un debate de tecnología, consumo y protección de datos a la vez……………necesitando el análisis de estos temas más cervezas y paciencia que impulso, me decanto está vez por dos impresiones: por un lado, y respetando al resto de lectores me ha parecido leer mucho comentario de abuelo cebolleta, y de todo tiempo pasado fue mejor……y yo sin ser la bomba en la red disfruto de coger unas entradas, rememorar una canción e incluso ahora mismo completar la leyenda de Sissa. La segunda impresión la recibo de mi hijo que con 9 años tiene tablet, tendrá teléfono y querrá ordenador, pero hemos pasado ahora cuatro días en Granada y «conquistando la Alhambra», con buenas tapas, con sus tíos hablándole de mil cosas y dándole cariño, y visitando el Parque de las Ciencias no quería volver…. y cuando estamos en casa no cambia un paseo por las Cascadas del Aljibe o unos champiñones a la plancha en el bar Nino (Alcalá de Henares) por una partida más de Clan Royal …… Yo le veo y me digo: mientras todos estos cacharros no despierten la pituitaria, no sorprendan el gusto, no te den un beso como tus hijos, hermanos y cuñás, o no paseen a tu lado, no tienen nada que hacer.
Es que estamos ya maduritos y cebolletas. No obstante, el objetivo de la entrada no era ni mucho menos criticar las nuevas tecnologías, que bienvenidas sean, sino poner de manifiesto el negocio que hay detrás de nuestra inocencia al utilizarlas. Quizás cuando se te pase el «subidón» granadino veas otros matices. Ahora bien, completamente de acuerdo que un beso y unos champiñones a la plancha quedan fuera del Big Data, ¿o no?